REBELIÓN EN LA GRANJA Rebelión en la Granja-George Orwell | Page 80
Las tres gallinas, que fueron las cabecillas del conato de re-
belión a causa de los huevos, se adelantaron y declararon que
Snowball se les había aparecido en sueños incitándolas a des-
obedecer las órdenes de Napoleón. También ellas fueron destro-
zadas. Luego un ganso se adelantó y confesó que había ocultado
seis espigas de maíz durante la cosecha del año anterior y que se
las había comido por la noche. Luego una oveja admitió que
hizo aguas en el bebedero, instigada a hacerlo, según dijo, por
Snowball, y otras dos ovejas confesaron que asesinaron a un vie-
jo carnero, muy adicto a Napoleón, persiguiéndole alrededor de
una fogata cuando tosía. Todos ellos fueron ejecutados allí mis-
mo. Y así continuó la serie de confesiones y ejecuciones hasta
que una pila de cadáveres yacía a los pies de Napoleón y el aire
estaba impregnado con el olor de la sangre, olor que era desco-
nocido desde la expulsión de Jones.
Cuando terminó esto, los animales restantes, exceptuando los
cerdos y los perros, se alejaron juntos. Estaban estremecidos y
consternados. No sabían qué era más espantoso: si la traición de
los animales que se conjuraron con Snowball o la cruel repre-
sión que acababan de presenciar. Antaño hubo muchas veces
escenas de matanzas igualmente terribles, pero a todos les pa-
recía mucho peor la de ahora, por haber sucedido entre ellos
mismos. Desde que Jones había abandonado la granja, ningún
animal mató a otro animal. Ni siquiera una rata. Llegaron a la
pequeña loma donde estaba el molino semiconstruído y, de
común acuerdo, se recostaron todos, como si se agruparan para
calentarse: Clover, Muriel, Benjamín, las vacas, las ovejas y to-
da una bandada de gansos y gallinas: todos, en verdad, excep-
tuando la gata, que había desaparecido repentinamente, poco
antes de que Napoleón ordenara a los animales que se reunieran.
Durante algún tiempo nadie habló. Únicamente Boxer perma-
necía de pie batiendo su larga cola negra contra sus costados y
emitiendo de cuando en cuando un pequeño relincho de extrañe-
za. Finalmente dijo: «No comprendo. Yo no hubiera creído que
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