REBELIÓN EN LA GRANJA Rebelión en la Granja-George Orwell | Page 70
cuenta a la luz de la luna. En sus ratos libres los animales da-
ban vueltas y más vueltas alrededor del molino a punto de ser
terminado, admirando la fortaleza y verticalidad de sus paredes
y maravillándose de que ellos alguna vez hubieran podido
construir algo tan imponente. Únicamente el viejo Benjamín se
negaba a entusiasmarse con el molino, aunqu e, como de cos-
tumbre, insistía en su enigmática afirmación de que los burros
vivían mucho tiempo.
Llegó noviembre, con sus furiosos vientos del sudoeste.
Tuvieron que parar la construcción porque había demasiada
humedad para mezclar el cemento. Y vino una noche en la que
el ventarrón fue tan violento que los edificios de la granja tem-
blaron sobre sus cimientos y varias tejas fueron arrancadas de
la cubierta del granero. Las gallinas se despertaron cacareando
de terror porque todas soñaron haber oído algo así como el es-
tampido de un cañón a lo lejos. Por la mañana los animales sa-
lieron de sus cuadras y se encontraron con el mástil derribado y
un olmo, que estaba al pie de la huerta, arrancado de cuajo.
Apenas habían visto esto cuando un grito de desesperación
brotó de sus gargantas. Un cuadro terrible se ofrecía a su vista.
El molino estaba en ruinas.
Todos a una se abalanzaron hacia el lugar. Napoleón, que
rara vez se apresuraba al caminar, corría a la cabeza de todos
ellos. Sí, allí yacía el fruto de todos sus esfuerzos, demolido
hasta sus cimientos; las piedras, que habían roto y trasladado
tan empeñosamente, estaban desparramadas por todas partes.
Incapaces, al principio, de articular palabra, no hacían más que
mirar tristemente los cascotes caídos en desorden. Napoleón
andaba de un lado a otro en silencio, olfateando el suelo de vez
en cuando. Su cola se había puesto rígida y se movía nervio-
samente a derecha e izquierda, señal de su intensa actividad
mental. Repentinamente se paró como si hubiera visto claro el
origen de aquel desastre.
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