REBELIÓN EN LA GRANJA Rebelión en la Granja-George Orwell | Page 59

votación. Pero inmediatamente se levantó Napoleón y, lanzando una extraña mirada de reojo a Snowball, emitió un chillido agu- do y estridente como nunca se le había oído articular. Acto seguido se escucharon unos terribles ladridos que lle- gaban desde fuera y nueve enormes perros que llevaban puestos unos collares tachonados con clavos, irrumpieron en el granero. Y se lanzaron directamente sobre Snowball quien saltó de su sitio con el tiempo justo para esquivar sus feroces colmillos. En un instante estaba al otro lado de la puerta con los perros tras él. Demasiado asombrados y asustados para poder decir nada, todos los animales se agolparon en la puerta para observar la persecu- ción. Snowball huía a todo correr a través de la larga pradera que conducía a la carretera. Corría como sólo puede hacerlo un cerdo, pero los perros iban pisándole los talones. De repente pa- tinó y pareció que iba a ser presa segura de los perros, pero ape- nas recuperó su equilibrio siguió corriendo más veloz que nunca aunque los sabuesos iban ganándole terreno nuevamente. Uno de ellos estaba a punto de cerrar sus mandíbulas mordiendo la cola de Snowball pero éste pudo hurtarla a tiempo, de la den- tellada. Y haciendo un esfuerzo supremo logró escabullirse por un agujero del seto, poniéndose de este modo a salvo. Silenciosos y aterrados, los animales volvieron sigilosa- mente al granero. También los perros retornaron dando gran- des brincos. Al principio nadie pudo imaginarse de dónde procedían aquellas bestias, pero el problema fue aclarado en seguida; eran los cachorros que Napoleón había quitado a sus madres y criado en secuestro. Aunque aún no estaban comple- tamente desarrollados, eran unos perros inmensos y fieros como lobos. No se alejaban nunca de Napoleón. Y se observó que ante él meneaban la cola como los otros perros acostum- braban hacerlo con el señor Jones. Napoleón, con los canes tras él, subió a la plataforma que ocupara Mayor cuando pronunció su histórico discurso. 59