REBELIÓN EN LA GRANJA Rebelión en la Granja-George Orwell | Page 58
tención de armas de fuego y adiestrarse en su manejo. Snowball
opinaba que debían mandar cada vez más palomas y fomentar la
rebelión entre los animales de las otras granjas. Uno argumenta-
ba que si no podían defenderse estaban destinados a ser conquis-
tados; el otro argüía que si había rebeliones en todas partes no
tendrían necesidad de defenderse. Los animales escuchaban
primeramente a Napoleón, luego a Snowball, y no podían deci-
dir quién tenía razón; a decir verdad, siempre estaban de acuerdo
con el que les estaba hablando en aquel momento.
Al fin llegó el día en que Snowball completó sus planos. En
la Reunión del domingo siguiente se iba a poner a votación si se
comenzaba o no a construir el molino de viento. Cuando los
animales estaban reunidos en el granero principal, Snowball se
levantó y, aunque de vez en cuando era interrumpido por los ba-
lidos de las ovejas, expuso sus razones para defender la cons-
trucción del molino. Luego Napoleón se levantó para contestar.
Dijo tranquilamente que el molino de viento era una tontería y
que él aconsejaba que nadie lo votara. Y se sentó, acto seguido;
había hablado apenas treinta segundos, y parecía indiferente en
cuanto al efecto que había producido. A continuación, Snowball
se puso de pie de un salto, y gritando para poder ser oído a pesar
de las ovejas, que nuevamente habían comenzado a balar, se
desató en un alegato apasionad o a favor del molino de viento.
Hasta entonces los animales estaban divididos más o menos por
igual en sus simpatías, pero en un instante, la elocuencia de
Snowball los había convencido. Con frases ardientes les pintó
un cuadro de cómo podría ser «Granja Animal» cuando el vil
trabajo fuera aligerado de las espaldas de los animales. Su ima-
ginación había ido mucho más allá de las desgranadoras y las
segadoras. «La electricidad —dijo— podría mover las trillado-
ras, los arados, las rastrilladoras, los rodillos, las segadoras y las
atadoras, además de suministrar a cada cuadra su propia luz
eléctrica, agua fría y caliente, y un calentador eléctrico.» Cuando
dejó de hablar, no quedaba duda alguna sobre el resultado de la
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