REBELIÓN EN LA GRANJA Rebelión en la Granja-George Orwell | Page 34

más débil. Los demás puercos machos de la granja eran muy jóvenes. El más conocido entre ellos era uno pequeño y gordito que se llamaba Squealer, de mejillas muy redondas, ojos vivara- chos, movimientos ágiles y voz chillona. Era un orador brillante, y cuando discutía algún asunto difícil, tenía una forma de saltar de lado a lado moviendo la cola que le hacía muy persuasivo. Se decía de Squealer que era capaz de hacer ver lo negro, blanco. Estos tres habían elaborado, a base de las enseñanzas del Viejo Mayor, un sistema completo de ideas al que dieron el nombre de Animalismo. Varias noches por semana, cuando el señor Jones ya dormía, celebraban reuniones secretas en el gra- nero, en cuyo transcurso exponían a los demás los principios del Animalismo. Al comienzo encontraron mucha estupidez y apa- tía. Algunos animales hablaron del deber de lealtad hacia el se- ñor Jones, a quien llamaban «Amo», o hacían observaciones elementales como: «El señor Jones nos da de comer»; «Si él no estuviera nos moriríamos de hambre». Otros formulaban pre- guntas tales como: «¿Qué nos importa a nosotros lo que va a suceder cuando estemos muertos?», o bien: «Si la rebelión se va a producir de todos modos, ¿qué diferencia hay si trabajamos para ello o no?», y los cerdos tenían grandes dificultades en hacerles ver que eso era contrario al espíritu del Animalismo. Las preguntas más estúpidas fueron hechas por Mollie, la yegua blanca. La primera que dirigió a Snowball fue la siguiente: —¿Habrá azúcar después de la rebelión? —No —respondió Snowball firmemente—. No tenemos medios para fabricar azúcar en esta granja. Además, tú no preci- sas azúcar. Tendrás toda la avena y el heno que necesites. —¿Y se me permitirá seguir usando cintas en la crin? — insistió Mollie. —Camarada —dijo Snowball—, esas cintas que tanto te gus- tan son el símbolo de la esclavitud. ¿No entiendes que la libertad vale más que esas cintas? 34