REBELIÓN EN LA GRANJA Rebelión en la Granja-George Orwell | Page 21
quierdas acerca de los trotskistas y otros grupos republicanos du-
rante la Guerra Civil española. Y la misma historia se repitió para
criticar abiertamente el hábeas corpus concedido a Mosley cuando
fue puesto en libertad en 1943.
Todos los que sostienen esta postura no se dan cuenta de que, al
apoyar los métodos totalitarios, llegará un momento en que estos
métodos serán usados «contra» ellos y no «por» ellos. Haced una cos-
tumbre del encarcelamiento de fascistas sin juicio previo y tal vez este
proceso no se limite sólo a los fascistas. Poco después de que al Daily
Worker le fuera levantada la suspensión, hablé en un College del sur
de Londres. El auditorio estaba formado por trabajadores y profesio-
nales de la baja clase media, poco más o menos el mismo tipo de
público que frecuentaba las reuniones del Left Book Club. Mi confe-
rencia trataba de la libertad de prensa y, al término de la misma y ante
mi asombro, se levantaron varios espectadores para preguntarme «si
en mi opinión había sido un error levantar la prohibición que impedía
la publicación del Daily Worker». Hube de preguntarles el porqué y
todos dijeron que «era un periódico de dudosa lealtad y por tanto no
debía tolerarse su publicación en tiempo de guerra». El caso es que me
encontré defendiendo al periódico que más de una vez se había salido
de sus casillas para atacarme. ¿Dónde habían aprendido aquellas gen-
tes puntos de vista tan totalitarios? Con toda seguridad debieron
aprenderlos de los mismos comunistas.
La tolerancia y la honradez intelectual están muy arraigadas en In-
glaterra, pero no son indestructibles y si siguen manteniéndose es, en
buena parte, con gran esfuerzo. El resultado de predicar doctrinas tota-
litarias es que lleva a los pueblos libres a confundir lo que es peligroso
y lo que no lo es. El caso de Mosley es, a este efecto, muy ilustrativo.
En 1940 era totalmente lógico internarlo, tanto si era culpable como si
no lo era. Estábamos entonces luchando por nuestra propia existencia
y no podíamos tolerar que un posible colaboracionista anduviera suel-
to. En cambio, mantenerlo encarcelado en 1943, sin que mediara pro-
ceso alguno, era un verdadero ultraje. La aquiescencia general al acep-
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