REBELIÓN EN LA GRANJA Rebelión en la Granja-George Orwell | Page 20
a decir y a imprimir lo que él cree que es la verdad, siempre que
ello no impida que el resto de la comunidad tenga la posibilidad de
expresarse por los mismos inequívocos caminos. Tanto la demo-
cracia capitalista como las versiones occidentales del socialismo
han garantizado hasta hace poco aquellos principios. Nuestro go-
bierno hace grandes demostraciones de ello. La gente de la calle -
en parte quizá porque no está suficientemente imbuida de estas ide-
as hasta el punto de hacerse intolerante en su defensa- sigue pen-
sando vagamente en aquello de: «Supongo que cada cual tiene de-
recho a exponer su propia opinión». Por ello incumbe principal-
mente a la intelectualidad científica y literaria el papel de guardián
de esa libertad que está empezando a ser menospreciada en la teoría
y en la práctica.
Uno de los fenómenos más peculiares de nuestro tiempo es el
que ofrece el liberal renegado.
Los marxistas claman a los cuatro vientos que la «libertad bur-
guesa» es una ilusión, mientras una creencia muy extendida ac-
tualmente argumenta diciendo que la única manera de defender la
libertad es por medio de métodos totalitarios. Si uno ama la demo-
cracia, prosigue esta argumentación, hay que aplastar a los enemi-
gos sin que importen los medios utilizados. ¿Y quiénes son estos
enemigos? Parece que no sólo son quienes la atacan abierta y con-
cienzudamente, sino también aquellos que «objetivamente» la per-
judican propalando doctrinas erróneas. En otras palabras: defen-
diendo la democracia acarrean la destrucción de todo pensamiento
independiente. Éste fue el caso de los que pretendieron justificar
las purgas rusas. Hasta el más ardiente rusófilo tuvo dificultades
para creer que todas las víctimas fueran culpables de los cargos que
se les imputaban. Pero el hecho de haber sostenido opiniones hete-
rodoxas representaba un perjuicio para el régimen y, por consi-
guiente, la masacre fue un hecho tan normal como las falsas acusa-
ciones de que fueron víctimas. Estos mismos argumentos se esgri-
mieron para justificar las falsedades lanzadas por la prensa de iz-
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