Don Cipriano había llegado temprano, estaba sentado apoyado en su burrita y parecía estar meditando, los ojos cerrados, la cara relajada, ambas narinas se ampliaban con cada inspiración como para atrapar todos los aromas que se apropiaban del lugar, los ruidos igual lo envolvían, el trinar y reclamo de los gorriones y zanates, el susurro del viento al jugar con las ramas de las jacarandas y…
-¡Coyote, coyote altivo, aquí está tu María Elena!- doña Serafina grito casi cantando cuando ya estaba a la espalda de don Cipriano
Don Cipriano no pudo evitar el sobresalto que se llevó, hasta soltó su burrita, volvió la cabeza aunque ya sabía quién le había sacado semejante susto.
-¡No la chifles, que es cantada Fina!, otra vez me la aplicaste, casi me da el soponcio y con un patatús me cafetean hoy por la noche- don Cipriano se inclinó con un poco de esfuerzo y recuperó su bastón, se arrelleno en lo posible en su asiento y esperó a que doña Serafina terminara de sentarse; la dama como siempre disimulando el dolor de las articulaciones y la ligera falta de aire acabó por sentarse muy derechita al lado de don Cipriano.
-Ah que mi coyote, me dices esas cosas tan bonitas solo porque estamos solos, no te arrugues ni te espantes…
-¡Si, ya se, ya se!, eres la mismita, pero la mismísima parca, de seguro, inspiraste a Posadas, esa Catrina es tu misma imagen, que María Elena ni que nada; de seguro tráis tenis o te viniste por el pasto.
-No, para nada mi coyotito, jejeje, solo que no use el bastón para que no me escucharas llegar,
Don Cipriano no sabía si reír plenamente o seguir fingiendo enojo con esa mujer que estimaba mucho, cierto era que ella acostumbraba hacerle bromas de todo tipo, pero también era cierto que le agradaba mucho su compañía, era muy inteligente y lo estimulaba a estar atento durante la plática para evitar que lo siguiera bromeando pesado.
Los Dichos de los Viejitos,
Son Evangelios Chiquitos
Por Dagoberto Javier Tortolero Santillana