Pasaron semanas y meses, Gabriel se fue acostumbrando al lugar, se sentía seguro y tranquilo ahí a dentro, y la adicción a la droga se fue calmando, ya no pensaba como antes y ya no era tan cerrado, compartía sus historias con sus compañeros, aprendió muchas cosas nuevas. Los días volaban, ya le quedaban muy poco tiempo para salir.
Llegó una carta para Gabriel en la que le daban la libertad. En cuando la leyó se quedo pasmado, no se lo creía. Después de tanto sin ver la calle, se preguntaba si habrían cambiado las cosas. Ahora sólo pensaba en buscar a su hermano y encontrar un trabajo, buscar a su
hermano y encontrar un trabajo, que a lo mejor los de servicios sociales le facilitarían. Cogió sus cosas en un saquito, como al principio de esta historia, y se lo puso encima del hombro. Mientras salía todos le gritaban desde las ventanas “libertad, Gabriel, cumple tu sueño”.
Las puertas se cerraron tras de él, desde lejos se detuvo en un semáforo y miró hacia atrás pensando que se había dado cuenta de muchas cosas, dejo atrás el pasado e iba a mejorar el presente. Una joven chica le sonrió desde un autobús, era Diana.
LA QUE HACE FELIZ
Pasaron algunos meses hasta que Amanda se atrevió a hablar con su madre. Su padre había fallecido, pero ella no sabía por qué, ni nadie parecía dispuesto a contárselo. Por entonces, Amanda tenía 15 años. Su madre se sentó a su lado, la acarició el pelo, le cogió la mano y empezó a hablar. Amanda parecía no entender muy bien lo que le quería decir su madre, puesto que era una muchacha aún demasiado joven para comprender ciertas cosas. Por fin la madre habló claramente y le contó que su padre, en su juventud, había padecido una fuerte adicción a las drogas y que a causa de las secuelas de esa adicción cayó muy enfermo y esa fue la causa de su fallecimiento.
Sin embargo, Amanda no parecía entender del todo bien las consecuencias de la adicción a las drogas. Parecía no darse cuenta del peligro, pues ella misma ya había empezado a fumar marihuana de vez en cuando como una forma de diversión y, después de lo que le contó su madre, en ningún momento pensó que a ella podía ocurrirle lo mismo. Solía juntarse con una pandilla de amigos que no se puede decir que ejercieran una buena influencia sobre ella. Poco a poco fue bajando su rendimiento en los estudios, no iba al instituto, paraba poco por casa, etc., poco a poco se fue convirtiendo en una bala perdida. Hasta que un día, no supo cómo, se encontró en una
comisaría y esposada.
Decían que, junto a otras chicas, había agredido a una persona y le habían quitado todo lo que llevaba encima. Sin embargo, Amanda no se podía creer que estuviese allí, no podía recordar nada de lo que le decían que había hecho.
Esa noche no pudo pegar ojo, pensando en el disgusto que se llevaría su madre. Le venía esa imagen una y otra vez a su mente y se desesperaba.
a dejaron marchar.