-Se estaban comiendo a las personas como si fueran caníbales.
- ¿Quiénes?
-No sé, parecían humanos, pero con la apariencia de zombis… no se Johan.
- ¿Zombis? Por favor, les creo caníbales pero Zombis, no existen.
-Peter no sé qué sean, pero se estaban comiendo a los demás.
- ¿Qué vamos a hacer? Declaró una compañera que estaba más aterrorizada que sacerdote en misa satánica.
-Debemos tranquilizarnos, esperar que se vayan; pero primero llamaré a la policía- dijo el profesor con voz profunda y seria.
Pasaron tres horas, ya había pasado el mediodía, al profesor no le contestaban y se alteró mucho, pocos minutos después, mi tranquilidad llegó a su fin y dije:
-Lo siento, pero no me voy a quedar aquí esperando que vengan por nosotros, o que esas cosas derriben la puerta y nos coman como a los demás, yo me iré, si alguno de ustedes quiere venir conmigo está bien, pero, si se quieren quedar no les voy a rogar.
Todos me miraron cuestionando mi decisión y casi enojados dijeron:
-Qué te pasa Peter, si sales del salón vas a morir.
Utilicé el palo de la escoba, lo corté y afilé con una vieja navaja suiza haciendo una especie de estaca, después tomé todas mis cosas y las puse en mi mochila, empecé a escalar por una ventana hasta llegar al techo, saqué ambas armas mirando si era seguro, para poder saber si alguna de esas cosas fuera lo que fuera estaba por ahí.
Me arrastré hasta el final del techo de los salones, me impulsé saltando al otro lado, aunque rompiendo el techo, caí en el cuarto de mantenimiento, miré hacia la puerta y tenía pasador, aproveché para sacar cosas que pudieran servirme para hacer algo con qué defenderme, conseguí un puñal, me puse un casco, coderas, codilleras, rodilleras, e hice un escudo de madera con puntillas. Subí una escalera y allí por el agujero en el techo, observé que no había moros en la costa, corrí hasta la salida del colegio, esperé a que pasara algún carro para ir hasta mi casa utilizando algo de lo que aprendí conduciendo en una carretera de tierra baldía cercana al barrio.
Mientras esperaba, escuché unos pasos y unos crujidos de tejas, miré hacia atrás, ¡pero que sorpresa! era una de esas esas cosas. Se me abalanzó, me protegí con el escudo, mientras le daba puñaladas en el estómago, pero seguía vivo y dije con voz suave:
-Esto no es un humano, ¿qué rayos es?