T.G.: No respondo. En algún momento la
persona que me está agrediendo se dará cuenta
de que el color, la religión o la orientación
sexual, no cambian el ser interior. El alma, el
espíritu, no tiene raza y el mundo ha ido
entendiendo eso.
SEMANA: Dicen que los actos racistas son
inconscientes la mayoría de veces. ¿Cree eso?
T.G.: Sí. Es algo demasiado arraigado que uno no
logra dilucidar. En mi caso, el rechazo racional
nunca fue violento. Cuando era niña no tuve que
padecer el bullying que viven los niños hoy en
los colegios. La discriminación fue sutil.
SEMANA: Por ejemplo…
T.G.: Sacarme de una piscina que porque ahí no
se podían bañar negros. Y nunca aprendí a
nadar. No se me ocurrió volverme a meter a una
piscina.
SEMANA: Pero ese es un acto muy violento…
T.G.: Sí, ese pedacito fue fuerte. O no invitarme a
las fiestas de primeras comuniones. Yo me
ponía a llorar en la puerta y mi mamá me
entraba. Bueno, una que otra compañera me
invitaba pero a mí ya me daba miedo ir.