POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 78
limpiaran las botas y para beber vermut con agua de Seltz y comer
almendras tostadas, gambas a la plancha y anchoas. Pero no se mata a
nadie por eso, y estoy segura de que, de no haber sido por los insultos
de don Ricardo Montalvo y por la escena lamentable de don Faustino y por
la bebida consiguiente a la emoción que habían despertado don Faustino y
los otros, alguien hubiera gritado: "Que se vaya en paz don Guillermo. Ya
tenemos sus bieldos. Que se vaya."
»Porque las gentes de ese pueblo podían ser tan buenas como crueles y
tenían un sentimiento natural de la justicia y un deseo de hacer lo que
es justo. Pero la crueldad había penetrado en las filas de los hombres y
también la bebida o un comienzo de la borrachera, y las filas no eran ya
lo que eran cuando salió don Benito. Yo no sé qué pasa en los otros
países y a nadie le gusta la bebida más que a mí; pero en España, cuando
la borrachera se produce por otras bebidas que no sean el vino, es una
cosa muy fea y la gente hace cosas que no hubiera hecho de otro modo. ¿Es
así en tu país, inglés? »
—Así es –dijo Robert Jordan–. Cuando yo tenía siete años, yendo con mi
madre a una boda en el estado de Ohio, en donde yo tenía que ser paje de
honor y llevar las flores con otra niña...
—¿Has hecho tú eso? –preguntó María–. ¡Qué bonito!
—En aquella ciudad, un negro fue ahorcado de un farol y después quemado.
La lámpara se podía bajar con un mecanismo hasta el pavimento. Se izó
primero al negro utilizando el mecanismo que servía para izar la lámpara;
pero se rompió...
—¿Un negro? –preguntó María–. ¡Qué bárbaros!
—¿Estaba borracha la gente? –preguntó María–. ¿Estaban tan borrachos como
para quemar a un negro?
—No lo sé –contestó Robert Jordan–; la casa en donde yo me hallaba estaba
situada justamente en una esquina de la calle, frente al farol, y yo
miraba por entre los visillos de una ventana. La calle estaba llena de
gente, y cuando fueron a izar al negro por segunda vez...
—Si tú no tenías más que siete años y estabas dentro de una casa, no
podías saber si estaban borrachos o no –dijo Pilar.
—Como decía, cuando izaron al negro por segunda vez, mi madre me apartó
de la ventana y no vi más –dijo Jordan–; pero después me han ocurrido
aventuras que prueban que la borrachera es igual en mi país, igual de fea
y brutal.
—Eras demasiado pequeño a los siete años –comentó María–. Eras demasiado
pequeño para esas cosas. Yo nunca he visto un negro más que en los
circos. A menos que los moros sean negros.
—Unos lo son y otros no lo son –dijo Pilar–; podría contarte un montón de
cosas sobre los moros.
—No tantas como yo –dijo María–; No; no tantas como yo.
—No hablemos de eso –dijo Pilar–; no es bueno. ¿Donde nos quedamos?
—Hablábamos de la borrachera entre las filas –dijo Robert Jordan–.
Continúa.
—No es justo decir borrachera –dijo Pilar–. Porque estaban todavía muy
lejos de hallarse borrachos. Pero habían cambiado, y cuando don Guillermo
salió y se quedó allí, derecho, miope, con sus cabellos grises, su
estatura no más que mediana, con una camisa que tenía un botón en el
cuello, aunque no tenía cuello y cuando miró de frente, aunque no veía
nada sin sus lentes, y empezó a andar con mucha calma, era como para
inspirar piedad. Pero alguien gritó en las filas: "Por aquí, don
Guillermo. Por aquí, don Guillermo. En esta dirección. Aquí tenemos todos
sus productos."