POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 48
—¿Qué se hace con la nariz? Siempre me he preguntado qué se hacía con la
nariz.
—Muy fácil; vuelve la cabeza –dijo él, y sus bocas se unieron y ella se
mantuvo apretada contra él, y su boca se abrió un poco y él,
manteniéndola apretada contra sí se sintió de repente más feliz que lo
había sido nunca, más ligero, con una felicidad exultante, íntima,
impensable. Y sintió que todo su cansancio y toda su preocupación se
desvanecían y sólo sintió un gran deleite y dijo–: Conejito mío, cariño
mío, amor mío; hace mucho tiempo que yo te quiero.
—¿Qué es lo que dices? –preguntó ella, como si hablara desde algún sitio
muy lejano.
—Amor mío –dijo él.
Estaban abrazados y él sintió que el corazón de ella latía contra el
suyo, y con la punta del pie, acarició ligeramente sus pies.
—Has venido descalza –dijo.
—Sí.
—Entonces, sabías que ibas a acostarte conmigo.
—Sí.
—Y no has tenido miedo.
—Sí, mucho miedo. Pero me daba vergüenza no saber cómo tendría que
quitarme los zapatos.
—¿Qué hora es ahora? ¿Lo sabes?
—No, ¿tienes tu reloj?
—Sí, pero lo tengo detrás de ti.
—Entonces, sácalo de ahí.
—No.
—Pues mira por encima de mi hombro.
Era la una de la madrugada. La esfera del reloj brillaba