POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 43
C APÍTULO SEXTO
Una vez dentro de la cueva, Robert Jordan se acomodó en uno de los
asientos de piel sin curtir que había en un rincón, cerca del fuego, y se
puso a conversar con la mujer, que estaba fregando los platos, mientras
María, la chica, los secaba y los iba colocando, arrodillándose para
hacerlo ante una hendidura del muro, la cual se usaba como alacena.
—Es extraño –dijo la mujer– que el Sordo no haya venido. Debería haber
llegado hace una hora.
—¿Le avisó usted para que viniese?
—No; viene todas las noches.
—Quizás esté haciendo algo, algún trabajo.
—Es posible –dijo la mujer–; pero si no viene, tendrémos que ir a verle
mañana.
—Ya. ¿Está muy lejos de aquí?
—No, pero será un buen paseo. Me hace falta ejercicio.
—¿Puedo ir yo? –preguntó María–. ¿Podría ir yo también, Pilar?
—Sí, hermosa –contestó la mujer, volviendo hacia ella su cara maciza–.
¿Verdad que es guapa? –preguntó a Robert Jordan–. ¿Qué te parece? ¿Un
poco delgada?
—A mí me parece muy bien –contestó Robert Jordan.
María le sirvió una taza de vino.
—Beba esto –le dijo–; le hará verme más guapa. Hay que beber mucho para
verme guapa.
—Entonces vale más que no beba –dijo Jordan–. Me pareces ya guapa, y más
que guapa –dijo tuteándola abiertamente.
—Así se habla –dijo la mujer–. Tú hablas como los buenos de verdad. ¿Qué
más tienes que decir de ella?
—Que es inteligente –respondió Jordan, de una manera vacilante. María
dejó escapar una risita y la mujer movió la cabeza lúgubremente.
—¡Qué bien había usted empezado y qué mal acaba, don Roberto!
—No me llames don Roberto.
—Es una broma. Aquí decimos en broma don Pablo y decimos en broma
señorita María.
—No me gusta esa clase de bromas –dijo Jordan–. Camarada es el modo como
debiéramos llamarnos todos en esta guerra. Cuando se bromea tanto, las
cosas comienzan a estropearse.
—Eres muy místico tú con tu política –dijo la mujer, burlándose de él–.
¿No te gustan las bromas?
—Sí, me gustan mucho, pero no con los nombres. El nombre es como una
bandera.
—A mí me gusta reírme de las banderas. De cualquier bandera –dijo la
mujer, echándose a reír–. Para mí, cualquiera puede bromear sobre
cualquier cosa. A la vieja bandera roja y gualda la llamábamos pus y
sangre. A la bandera de la República, con su franja morada, la llamábamos
sangre, pus y permanganato. Y era una broma.
—El es comunista –aseguró María–, y los comunistas son gente muy seria.
—¿Eres comunista?
—No. Yo soy antifascista.
—¿Desde hace mucho tiempo?
—Desde que comprendí