POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 42
caballo, apoyado contra él, desplazándose con él todo lo que la cuerda
permitía desplazarse al caballo y acariciándole el cuello. Al caballo le
molestaban sus caricias mientras estaba pastando. Jordan no podía ver lo
que hacía Pablo ni oír lo que decía al caballo; pero se daba cuenta de
que no le había desatado ni ensillado. Así es que permaneció allí
observando, con la intención de ver claramente el asunto.
«Mi caballo bonito», decía Pablo al animal en la oscuridad. Era a un gran
semental al que hablaba. «Mi caballo bonito, mi caballito blanco, con el
cuello arqueado, como el viaducto de mi pueblo.» Hizo una pausa. «Pero
más arqueado y más hermoso.» El caballo juntaba el pasto inclinando la
cabeza de un lado a otro para arrancar las matas, importunado por el
hombre y por su charla. «Tú no eres una mujer ni un loco», decía Pablo al
caballo bayo.
«Mi caballo bonito, mi caballo, tú no eres una mujer como un volcán ni
una potra de chiquilla con la cabeza rapada; una potranca mamona. Tú no
insultas ni mientes ni te niegas a comprender. Mi caballo, mi caballo
bonito.»
Hubiera sido muy interesante para Robert Jordan poder oír lo que Pablo
hablaba al caballo bayo; pero no le oía, y convencido de que Pablo no
hacía más que cuidar de sus caballos y habiendo decidido que no era
oportuno matarle, se levantó y se fue a la cueva. Pablo estuvo mucho
tiempo en la pradera hablando a su caballo. El caballo no comprendía nada
de lo que su amo le decía. Por el tono de la voz, barruntaba que eran
cosas cariñosas. Había pasado todo el día en el cercado y tenía hambre.
Pastaba impaciente dentro de los límites de la cuerda y el hombre le
aburría. Pablo acabó por cambiar el piquete de sitio y estarse cerca del
caballo sin hablar más. El caballo siguió paciendo, satisfecho de que el
hombre no le molestara ya.