POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 30
—¿Qué camaradas?
—Camaradas de Pablo –contestó el viejo–. ¿No nos conoces?
—Sí –dijo la voz–. Pero es una orden. ¿Sabéis el santo y seña?
—No, venimos de abajo.
—Ya lo sé –dijo el hombre de la oscuridad–; venís del puente. Lo sé. Pero
la orden no es mía. Tenéis que conocer la segunda parte del santo y seña.
—¿Cuál es la primera? –preguntó Jordan.
—La he olvidado –dijo el hombre en la oscuridad, y rompió a reír–. Vete a
la puñeta con tu mierda de dinamita.
—Eso es lo que se llama disciplina de guerrilla –dijo Anselmo–. Quítale
el cerrojo a tu fusil.
—Ya está quitado –contestó el hombre de la oscuridad–. Lo dejé caer con
el pulgar y el índice.
—Como hicieras eso con un máuser, se te dispararía.
—Es un máuser –explicó el hombre–; pero tengo un pulgar y un índice como
un elefante. Siempre lo sujeto así.
—¿Hacia dónde apunta el fusil? –preguntó Anselmo en la oscuridad.
—Hacia ti –respondió el hombre–. Lo tengo apuntado hacia ti todo el
tiempo. Y cuando vayas al campamento di a alguien que venga a relevarme,
porque ten go un hambre que me j... el estómago y he olvidado el santo y
seña.
—¿Cómo te llamas? –preguntó Jordan.
—Agustín –dijo el hombre–. Me llamo Agustín y me muero de aburrimiento en
este lugar.
—Daremos tu mensaje –dijo Jordan, y pensó que aburrimiento era una
palabra que ningún campesino del mundo usaría en ninguna otra lengua. Y
sin embargo, es la palabra más corriente en boca de un español de
cualquier clase.
—Escucha –dijo Agustín, y acercándose puso la mano en el hombro de
Robert. Luego encendió un yesquero y sopiando en la mecha, para
alumbrarse mejor, miró a la cara al extranjero.
—Te pareces al otro –dijo–; pero un poco distinto. Escucha –agregó
apagando el yesquero y volviendo a coger el fusil–. Dime, ¿es verdad lo
del puente?
—¿El qué del puente?
—Que vas a volar esa mierda de puente y que vamos a tener que irnos de
estas puñeteras montañas.
—No lo sé.
—No lo sabes –dijo Agustín–; ¡qué barbaridad! ¿Para qué es entonces esa
dinamita?
—Es mía.
—¿Y no sabes para qué es? No me cuentes cuentos.
—Sé para qué es y lo sabrás tú cuando llegue el momento –prometió Jordan–
; pero ahora vamos al campamento.
—Vete a la mierda –dijo Agustín–. J... con el tío. ¿Quieres que te diga
algo que te interesa?
—Sí, si no es una mierda –repuso Jordan, empleando la palabra grosera que
había salpicado la conversación.
Aquel hombre hablaba de un modo tan grosero, añadiendo una indecencia a
cada nombre y adjetivo, utilizando la misma indecencia en forma de verbo,
que Jordan se preguntaba si podría decir una sola palabra sin adornarla.
Agustín se rió en la oscuridad al oírle decir mierda.
—Es una manera de hablar que yo tengo. A lo mejor es fea. ¿Quién sabe?
Cada cual habla a su estilo. Escucha, no me importa nada el puente. Se me
da tanto del puente como de cualquier otra cosa. Además, me aburro a
muerte en estas montañas. Ojalá tengamos que marcharnos. Estas montañas