POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 29
—¿Y qué piensas de lo del puente?
—Primero pienso en volar el puente. Es mi trabajo. No es difícil destruir
el puente. Luego tomaremos las disposiciones para los demás. Haremos los
preparativos. Todo se dará por fescrito.
—Pero hay muy pocos que sepan leer –dijo Anselmo.
—Lo escribiremos, para que todo el mundo pueda entenderlo; pero también
lo explicaremos de palabra.
—Haré lo que me manden –dijo Anselmo–; pero cuando me acuerdo del tiroteo
de Segovia, si hay una batalla o mucho tiroteo, me gustaría saber qué es
lo que tengo que hacer en todo caso para evitar la huida. Me acuerdo de
que tenía una gran inclinación a huir en Segovia.
—Estaremos juntos –dijo Jordan–. Yo te diré lo que tienes que hacer en
cualquier momento.
—Entonces no hay cuestión –aseguró Anselmo–. Haré lo que sea, con tal que
me lo manden.
—Adelante con el puente y la batalla, si es que ha de haber batalla –dijo
Jordan, y al decir esto en la oscuridad se sintió un poco ridículo,
aunque, después de todo, sonaba bien en español.
—Será una cosa muy interesante –afirmó Anselmo, y oyendo hablar al viejo
con tal honradez y franqueza, sin la menor afectación, sin la fingida
elegancia del anglosajón ni la bravuconería del mediterráneo, Jordan
pensó que había tenido mucha suerte por haber dado con el viejo, por
haber visto el puente, por haber podido estudiar y simplificar el
problema, que consistía en sorprender a los centinelas y volar el puente
de una forma normal, y sintió irritación por las órdenes de Golz y la
necesidad de obedecerlas. Sintió irritación por las consecuencias que
tendrían para él y las consecuencias que tendrían para el viejo. Era una
tarea muy mala para todos los que tuvieran que participar en ella.
«Este no es un modo decente de pensar –se dijo a sí mismo–; pensar en lo
que puede sucederte a ti y a los otros. Ni tú ni el viejo sois nada. Sois
instrumentos de vuestro deber. Las órdenes no son cosa vuestra. Ahí
tienes el puente, y el puente puede ser el lugar en donde el porvenir de
la humanidad dé un giro. Cualquier cosa de las que sucedan en esta guerra
puede cambiar el porvenir del género humano. Tú sólo tienes que pensar en
una cosa, en lo que tienes que hacer. Diablo, ¿en una sola cosa? Si fuera
en una sola cosa sería fácil. Está bien, estúpido. Basta de pensar en ti
mismo. Piensa en algo diferente.»
Así es que se puso a pensar en María, en la muchacha, en su piel, su pelo
y sus ojos, todo del mismo color dorado; en sus cabellos, un poco más
oscuros que lo demás, aunque cada vez serían más rubios, a medida que su
piel fuera haciéndose más oscura; en su suave epidermis, de un dorado
pálido en la superficie, recubriendo un ardor profundo. Su piel debía de
ser suave, como todo su cuerpo; se movía con torpeza, como si viese algo
que le estorbase, algo que fuera visible aunque no lo era, porque estaba
sólo en su mente. Y se ruborizaba cuando la miraba, y la recordaba
sentada, con las manos sobre las rodillas y la camisa abierta, dejando
ver el cuello, y el bulto de sus pequeños senos torneados debajo de la
camisa, y al pensar en ella se le resecaba la garganta, y le costaba
esfuerzo seguir andando. Y Anselmo y él no hablaron más hasta que el
viejo dijo:
—Ahora no tenemos más que bajar por estas rocas y estaremos en el
campamento.
Cuando se deslizaban por las rocas, en la oscuridad oyeron gritar a un
hombre: «¡Alto! ¿Quién vive?» Oyeron el ruido del cerrojo de un fusil que
era echado hacia atrás y luego el golpeteo contra la madera, al
impulsarlo hacia adelante.
—Somos camaradas –dijo Anselmo.