POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 194
mucho. Quisiste que fuese algo importante para ti, pero no lo
conseguiste. No debes engañarte por el poco tiempo que te queda»–. No –
añadió hablando seriamente–. Aquél era un hombre que había sufrido mucho.
—¿Y tú no has sufrido?
—No –contestó Robert Jordan–; yo soy de los que sufren poco.
—Yo también –dijo Agustín–. Hay quienes sufren y quienes no sufren. Yo
sufro muy poco.
—Tanto mejor –dijo Robert Jordan y bebió un nuevo trago de la bota–. Y
con esto, todavía menos.
. Yo sufro por los otros.
. Como todos los hombres buenos deberían hacer.
. Pero por mí mismo sufro muy poco.
—¿Tienes mujer?
—No.
—Yo tampoco.
—Pero ahora tienes a la María.
—Sí.
—Mira qué cosa tan rara –dijo Agustín–. Desde que ella se juntó con
nosotros, cuando lo del tren, la Pilar la ha mantenido apartada de todos,
tan celosamente como si hubiera estado en un convento de carmelitas. No
te puedes imaginar con qué ferocidad la guardaba. Vienes tú y te la da
como regalo. ¿Qué te parece?
—No ha sido como tú lo cuentas.
—¿Cómo fue entonces?
—Me la confió para que cuidase de ella.
—Y por eso la cuidas y j... con ella toda la noche.
—Suerte que tiene uno.
—Vaya una manera de cuidar de ella.
—¿Tú no entiendes que se pueda cuidar de alguien de ese modo?
—Sí. Pero, por lo que se refiere a ese modo de cuidarla, podíamos haberlo
hecho cualquiera de nosotros.
—No hablemos más de eso –dijo Robert Jordan–. La quiero de verdad.
—¿Lo dices en serio?
—No hay nada más serio en este mundo.
—¿Y después qué harás, después de lo del puente?
—Ella se vendrá conmigo.
—Entonces –dijo Agustín–, no hablemos más ninguno de los dos. Y que los
dos tengáis mucha suerte.
Levantó la bota de vino, bebió un trago y se la tendió luego a Robert
Jordan.
—Una cosa más, inglés...
—Todas las que quieras.
—Yo la he querido mucho también.
Robert Jordan le puso la mano en el hombro.
—Mucho –insistió Agustín–. Mucho. Más de lo que uno es capaz de imaginar.
—Me lo imagino.
—Me hizo una impresión que todavía no se ha borrado.
—Me lo imagino.
—Mira, voy a decirte una cosa muy en serio.
—Dila.
—Nunca la he tocado, ni he tenido nada que ver con ella; pero la quiero
muchísimo. Inglés, no la trates a la ligera. Porque aunque duerma contigo
no es una puta.
—Tendré cuidado de ella.
—Te creo. Pero hay más. Tú no puedes figurarte cómo sería una muchacha
como
ella
si
no
hubiese
habido
una
revolución.
Tienes
mucha