POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 193

C APÍTULO VEINTICUATRO Era una mañana de fines de mayo, de cielo alto y claro. El viento acariciaba tibiamente. La nieve se fundía con rapidez mientras tomaban un refrigerio. Había dos grandes emparedados de carne y queso de cabra para cada uno, y Robert Jordan cortó con su navaja dos gruesas rodajas de cebolla, y las puso a uno y otro lado de la carne y del queso, entre los trozos de pan. —Vas a oler de tal manera, que llegará hasta los fascistas que están al otro lado del bosque –dijo Agustín, con la boca llena. —Dame la bota para enjuagarme la boca –dijo Robert Jordan, con la boca llena también de carne, queso, cebolla y pan a medio masticar. No había tenido nunca tanta hambre. Se llenó la boca de vino, que sabía ligeramente a cuero, por el pellejo en que había estado guardado, y luego volvió a beber, empinando la bota, de manera que el chorro le corriese por la garganta. La bota rozó las agujas de pino que cubrían el fusil automático al levantar la mano, echando la cabeza hacia atrás, para dejar que el vino corriese mejor. —¿Quieres este emparedado? –le preguntó Agustín, ofreciéndoselo por encima de la ametralladora. —No, muchas gracias. Es para ti. —Yo no tengo ganas. No acostumbro a comer tanto por la mañana. —¿De verdad no lo quieres? —No. Tómalo. Robert Jordan cogió el emparedado y lo dejó sobre sus rodillas para sacar del bolsillo de su chaqueta, en donde guardaba las granadas, una cebolla; luego abrió su navaja y empezó a cortar. Quitó primero cuidadosamente la ligera película, que se había ensuciado en el bolsillo, y luego cortó una gruesa rodaja. Un segmento exterior cayó al suelo; Robert Jordan lo recogió, lo puso con la rodaja y lo metió todo en el emparedado. —¿Siempre comes cebolla tan temprano? –preguntó Agustín. —Cuando la hay. —¿Todo el mundo lo hace en tu país? —No –contestó Robert Jordan–; allí está mal visto. —Eso me gusta –dijo Agustín–; siempre tuve a América por país civilizado. —¿Qué tienes contra las cebollas? —El olor. Nada más. Aparte de eso, es como una rosa. Robert Jordan le sonrió con la boca llena. —Una rosa –dijo–; es una verdad como un templo. Una cebolla es una rosa y una rosa es una cebolla. —Se te están subiendo las cebollas a la cabeza –dijo Agustín–. Ten cuidado. —Una cebolla es una cebolla y una rosa es una rosa –insistió alegremente Robert Jordan, y pensó que una piedra es una roca, es un peñasco, un cascote, un guijarro. —Enjuágate la boca con el vino –le aconsejó Agustín–. Eres muy raro, inglés. Hay mucha diferencia entre tú y el último dinamitero que trabajó con nosotros. —Hay, efectivamente, una gran diferencia. —¿Cuál? —Que yo estoy vivo y él muerto –dijo Robert Jordan. Pero en seguida pensó: «¿Qué es lo que te pasa? ¡Vaya una manera de hablar! ¿Es la comida lo que te pone en ese estado de loca felicidad? ¿Qué es lo que te pasa? ¿Estás borracho de cebolla? ¿Es eso lo que te pasa? Nunca me importó