POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 195
responsabilidad. Esa muchacha ha sufrido mucho, de verdad. Ella no es
como nosotros.
—Me casaré con ella.
—Bueno. No digo tanto. Eso no es necesario con la revolución. Aunque –y
movió la cabeza– sería mejor.
—Me casaré con ella –repitió Robert Jordan, y al decirlo sintió que se le
hacía un nudo en su garganta–. La quiero muchísimo.
—Más adelante –dijo Agustín–. Cuando convenga. Lo importante es tener la
intención.
—La tengo.
—Oye –dijo Agustín–. Hablo demasiado y de una cosa que no me concierne.
Pero ¿has conocido a muchas chicas en tu país?
—A algunas.
—¿Putas?
—Algunas no lo eran.
—¿Cuántas?
—Varias.
—¿Y dormiste con ellas?
—No.
—¿No ves?
—Sí.
—Lo que digo es que María no hace esto a la ligera. –Ni yo tampoco.
Si yo creyese que lo hacías, te hubiera pegado un tiro anoche, cuando
dormías con ella. Por esas cosas matamos mucho aquí.
Oye, amigo. Ha tenido la culpa la falta de tiempo de que no hubiese
ceremonia. Lo que nos falta es tiempo. Mañana habrá que luchar. Para mí
no tiene importancia. Pero para María y para mí eso quiere decir que
tendremos que vivir toda nuestra vida de aquí a entonces.
—Y un día y una noche no es mucho –dijo Agustín.
—No, pero hemos tenido el día de ayer y la noche anterior y anoche.
—Oye, si puedo hacer algo por ti...
—No. Todo va muy bien.
—Si puedo hacer algo por ti o por la rapadita...
—No.
—Verdad que es muy poco lo que un hombre puede hacer por otro.
—No. Es mucho.
—¿Qué?
—Ocurra lo que ocurra hoy y mañana, en lo que hace a la batalla, confía
en mí y obedéceme... Aunque las órdenes te parezcan equivocadas.
—Confío en ti. Después de eso de la caballería y de la idea que tuviste
alejando el caballo, tengo confianza en ti.
—Eso no fue nada. Ya ves que trabajamos por un fin preciso: ganar la
guerra. Mientras no la ganemos, todo lo demás carece de importancia.
Mañana tenemos un trabajo de gran alcance. De verdadero alcance. Y luego
habrá una batalla. La batalla requiere mucha disciplina. Porque muchas
cosas no son lo que parecen. La disciplina tiene que venir de la
confianza.
Agustín escupió al suelo.
—La María y lo demás son cosas aparte –dijo–. Tú y la María conviene que
aprovechéis el tiempo que os queda como seres humanos. Si puedo ayudarte
en algo, estoy a tus órdenes. Y por lo que hace a mañana, te obedeceré
ciegamente. Si hay que morir en el asunto de mañana, uno morirá contento
y con el corazón ligero.
—Así pienso yo –dijo Robert Jordan–. Pero el oírtelo decir me da
contento.
—Te diré más –siguió Agustín–; ése de ahí arriba –y señaló a Primitivo–
es de mucha confianza. La Pilar lo es mucho, mucho más de lo que tú te