POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 190

—Todo esto ha soportado muy bien la prueba, y sería peligroso plantar árboles ahora, porque esas gentes van a volver y acaso no sean estúpidas del todo. Sentía necesidad de hablar, señal en él de que acababa de pasar por un gran peligro. Podía medir siempre la gravedad de un asunto por la necesidad de hablar que sentía luego. —Es un buen escondrijo, ¿eh? —Sí –dijo Agustín–; muy bueno. Y que todos los fascistas se vayan a la mierda. Hubiéramos podido matar a cuatro. ¿Has visto? –preguntó a Anselmo. —Lo he visto. —Tú –dijo Robert Jordan, dirigiéndose a Anselmo, y tuteándole de repente– . Tienes que ir al puesto de ayer o a otro lugar que elijas, para vigilar el camino como ayer y el movimiento de tropas. Nos hemos retrasado. Quédate allí hasta que oscurezca. Luego vuelve y enviaremos a otro. —Pero ¿y las huellas que voy a dejar? —Toma el camino de abajo en cuanto haya desaparecido la nieve. El camino estará embarrado por la nieve. Fíjate si no hay mucha circulación de camiones o si hay huellas de tanques en el barro de la carretera. Eso es todo lo que podremos averiguar hasta que te instales para vigilar. —Si usted me lo permite... –insinuó el viejo. —Pues claro. —Si usted me lo permite, ¿no sería mejor que fuera a La Granja y me informase de lo que pasó la última noche y enviara alguien para que vigilase hoy como usted me ha enseñado? Ese alguien podría acudir a entregar su informe esta noche, o podría yo volver a La Granja para recoger su informe. —¿No tiene usted miedo de encontrarse con la caballería? –preguntó Jordan. —No, cuando la nieve se haya derretido. —¿Hay alguien en La Granja capaz de hacer ese trabajo? —Sí. Para eso, sí. Podría ser una mujer. Hay varias mujeres de confianza en La Granja. —Ya lo creo –terció Agustín–. Hay varias para eso y otras que sirven para otras cosas. ¿No quieres que vaya yo? —Deja ir al viejo. Tú sabes manejar esta ametralladora y la jornada no ha concluido todavía. —Iré cuando se derrita la nieve –dijo Anselmo–; y se está derritiendo muy de prisa. —¿Crees que pueden capturar a Pablo? –preguntó Jordan a Agustín. —Pablo es muy listo –dijo Agustín–. ¿Crees que se puede cazar a un ciervo sin perros? —A veces, sí. —Pues a Pablo, no –dijo Agustín–. Claro que no es más que una ruina de lo que fue en tiempos. Pero no por nada está viviendo cómodamente en estas montañas y puede emborracharse hasta reventar, mientras otros muchos han muerto contra el paredón. —¿Y es tan listo como dicen? —Mucho más. —Aquí no ha mostrado mucha habilidad. —¿Cómo que no? Si no fuera tan hábil como es, hubiera muerto anoche. Me parece, inglés, que no entiendes nada de la política ni de la vida del guerrillero. En política, como en esto, lo primero es seguir viviendo. Mira cómo ha seguido viviendo. Y la cantidad de mierda que tuvo que tragarse de ti y de mí. Puesto que Pablo volvía a formar parte del grupo, Robert Jordan no quería hablar mal de él y apenas había hecho estos comentarios sobre la