POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 19
«Diablo, es una Lewis», pensó Jordan.
—¿Sabe usted mucho de ametralladoras? –preguntó al viejo.
—Nada –contestó Anselmo–. Nada.
—¿Y tú? –preguntó al gitano.
—Sé que disparan con mucha rapidez y que se ponen tan calientes que el
cañón quema las manos si se toca –respondió el gitano orgullosamente.
—Eso lo sabe todo el mundo –dijo Anselmo con desprecio.
—Quizá lo sepa –dijo el gitano–. Pero me preguntó si sabía algo de la
máquina y se lo he dicho. –Luego añadió–: Además, en contra de lo que
hacen los fusiles corrientes, siguen disparando mientras se aprieta el
gatillo.
—A menos que se encasquillen, que les falten municiones o que se pongan
tan calientes que se fundan –dijo Jordan, en inglés.
—¿Qué es lo que dice usted? –preguntó Anselmo.
—Nada –contestó Jordan–. Estaba mirando al futuro en inglés.
—Eso sí que es raro –dijo el gitano–. Mirando el futuro en inglés. ¿Sabe
usted leer en la palma de la mano?
—No –dijo Robert, y se sirvió otra taza de vino–. Pero si tú sabes, me
gustaría que me leyeras la palma de mi mano y me dijeses lo que va a
pasar dentro de tres días.
—La mujer de Pablo sabe leer la palma de la mano –dijo el gitano–. Pero
tiene un genio tan malo y es tan salvaje, que no sé si querrá hacerlo.
Robert Jordan se sentó y tomó un sorbo de vino.
—Vamos a ver cómo es esa mujer de Pablo –dijo–; si es tan mala como
dices, vale más que la conozca cuanto antes.
—Yo no me atrevo a molestarla –dijo Rafael–; me odia a muerte.
—¿Porqué?
—Dice que soy un holgazán.
—¡Qué injusticia! –comentó Anselmo irónicamente.
—No le gustan los gitanos.
—Es un error –dijo Anselmo.
—Tiene sangre gitana –dijo Rafael–; sabe bien de lo que habla –añadió
sonriendo–. Pero tiene una lengua que escuece como un látigo. Con la
lengua es capaz de sacarte la piel a tiras. Es una salvaje increíble.
—¿Cómo se lleva con la chica, con María? –preguntó Jordan.
—Bien. Quiere a la chica. Pero no deja que nadie se le acerque en serio.
–Movió la cabeza y su lengua chascó.
—Es muy buena con la muchacha –medió Anselmo–. Se cuida mucho de ella.
—Cuando cogimos a la chica, cuando lo del tren, era muy extraña –dijo
Rafael–; no quería hablar; estaba llorando siempre, y si se la tocaba, se
ponía a temblar como un perro mojado. Solamente más tarde empezó a
marchar mejor. Ahora marcha muy bien. Hace un rato, cuando hablaba
contigo, se ha portado muy bien. Por nosotros, la hubiéramos dejado
cuando lo del tren. No valía la pena perder tiempo por una cosa tan fea y
tan triste que no valía nada. Pero la vieja le ató una cuerda alrededor
del cuerpo, y cuando la chic