POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 18

—Gracias –dijo Jordan. Su voz había recuperado el tono normal desde el momento en que ella había desaparecido–. Es el último. Ya hemos bebido bastante. —Vamos a acabar con el barreño –dijo el gitano–; hay más de medio pellejo. Lo trajimos en uno de los caballos. —Fue el último trabajo de Pablo –dijo Anselmo–. Desde entonces no ha hecho nada. —¿Cuántos son ustedes? –preguntó Jordan. —Somos siete y dos mujeres. —¿Dos? —Sí, la muchacha y la mujer de Pablo. —¿Dónde está la mujer de Pablo? —En la cueva. La muchacha sabe guisar un poco. Dije que guisaba bien para halagarla. Pero lo único que hace es ayudar a la mujer de Pablo. —¿Y cómo es esa mujer, la mujer de Pablo? —Una bestia –dijo el gitano sonriendo–. Una verdadera bestia. Si crees que Pablo es feo, tendrías que ver a su mujer. Pero muy valiente. Mucho más valiente que Pablo. Una bestia. —Pablo era valiente al principio –dijo Anselmo–. Pablo antes era muy valiente. —Ha matado más gente que el cólera –dijo el gitano–. Al principio del Movimiento, Pablo mató más gente que el tifus. —Pero desde hace tiempo está muy flojo –explicó Anselmo–. Muy flojo. Tiene mucho miedo a morir. —Será porque ha matado tanta gente al principio –dijo el gitano filosóficamente–. Pablo ha matado más que la peste. —Por eso y porque es rico –dijo Anselmo–. Además, bebe mucho. Ahora querría retirarse como un matador de toros. Pero no se puede retirar. —Si se va al otro lado de las líneas, le quitarán los caballos y le harán entrar en el ejército –dijo el gitano–. A mí no me gustaría entrar en el ejército. —A ningún gitano le gusta –dijo Anselmo. —¿Y para qué iba a gustarnos? –preguntó el gitano–. ¿Quién es el que quiere estar en el ejército? ¿Hacemos la revolución para entrar en filas? Me gusta hacer la guerra, pero no en el ejército. —¿Dónde están los demás? –preguntó Jordan. Se sentía a gusto y con ganas de dormir gracias al vino. Se había tumbado boca arriba, en el suelo, y contemplaba a través de las copas de los árboles las nubes de la tarde moviéndose lentamente en el alto cielo de España. —Hay dos que están durmiendo en la cueva –dijo el gitano–. Otros dos están de guardia arriba, donde tenemos la máquina. Uno está de guardia abajo; probablemente están todos dormidos. Jordan se tumbó de lado. —¿Qué clase de máquina es ésa? —Tiene un nombre muy raro –dijo el gitano–; se me ha ido de la memoria hace un ratito. Es como una ametralladora. «Debe de ser un fusil ametrallador», pensó Jordan. —¿Cuánto pesa? –preguntó. —Un hombre puede llevarla, pero es pesada. Tiene tres pies que se pliegan. La cogimos en la última expedición seria; la última, antes de la del vino. —¿Cuántos cartuchos tenéis? —Una infinidad –contestó el gitano–. Una caja entera, que pesa lo suyo. «Deben de ser unos quinientos», pensó Jordan. —¿Cómo la cargáis, con cinta o con platos? —Con unos tachos redondos de hierro que se meten por la boca de la máquina.