POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 10

caballos con amor, el viejo se comportaba como si se tratara de una sorpresa que acabase él mismo de inventar. —¿Qué le parecen? –preguntó a Jordan. —Todos ésos los he cogido yo –dijo Pablo, y Robert Jordan experimentó cierto placer oyéndole hablar de esa manera. —Ese –dijo Jordan, señalando a uno de los bayos, un gran semental con una mancha blanca en la frente y otra en una mano, es mucho caballo. Era en efecto un caballo magnífico, que parecía surgido de un cuadro de Velázquez. —Todos son buenos –dijo Pablo–. ¿Entiende de caballos? —Entiendo. —Tanto mejor –dijo Pablo–. ¿Ve algún defecto en alguno de ellos? Robert Jordan comprendió que en aquellos momentos el hombre que no sabía leer estaba examinando sus credenciales. Los caballos estaban tranquilos, y habían levantado la cabeza para mirarlos. Robert Jordan se deslizó entre las dobles cuerdas del cercado y golpeó en el anca al caballo castaño. Se apoyó luego en las cuerdas y vio dar vueltas a los caballos en el cercado; siguió estudiándolos al quedarse quietos y luego se agachó, volviendo a salirse del cercado. —La yegua alazana cojea de la pata trasera –dijo a Pablo, sin mirarle–. La herradura está rota. Eso no tiene importancia, si se la hierra convenientemente; pero puede caerse si se la hace andar mucho por un suelo duro. —La herradura estaba así cuando la cogimos –dijo Pablo *—El mejor de esos caballos, el semental de la mancha blanca, tiene en lo alto del garrón una inflamación que no me gusta nada. —No es nada –dijo Pablo–; se dio un golpe hace tres días. Si fuese grave, ya se habría visto. Tiró de la lona y le enseñó las sillas de montar. Había tres sillas de estilo vaquero, dos sencillas y una muy lujosa, de cuero trabajado a mano, y estribos gruesos; también había dos sillas militares de cuero negro. —Matamos un par de guardias civiles –dijo Pablo, señalándolas. —Vaya, eso es caza mayor. —Se habían bajado de los caballos en la carretera, entre Segovia y Santa María del Real. Habían descendido de las cabalgaduras para pedir los papeles a un carretero. Tuvimos la suerte de poder matarlos sin lastimar a los caballos. —¿Ha matado usted a muchos guardias civiles? –preguntó Jordan. —A varios –contestó Pablo–; pero sólo a esos dos sin herir a los caballos. —Fue Pablo quien voló el tren de Arévalo –explicó Anselmo–. Fue Pablo el que lo hizo. —Había un forastero con nosotros, que fue quien preparó la explosión – dijo Pablo–. ¿Le conoce usted? —¿Cómo se llamaba? —No me acuerdo. Era un nombre muy raro. —¿Cómo era? —Era rubio, como usted; pero no tan alto, con las manos grandes y la nariz rota. —Kashkin –dijo Jordan–. Debía de ser Kashkin. —Sí –respondió Pablo–; era un nombre muy raro. Algo parecido. ¿Qué fue de él? —Murió en abril. —Eso es lo que le sucede a todo el mundo –sentenció Pablo sombríamente–. Así acabaremos todos.