Perifèria. Cristianisme, Postmodernitat, Globalització 6/2019
en el campo de las determinaciones con-
cretas vinculadas a la corporeidad, a ve-
ces enfatizado específicamente su carác-
ter sexuado. Aunque estas identidades
dan lugar a “nosotros” tribales, el interés
neoliberal en ellas estriba en su poten-
cial individualizante y en su capacidad
para transgredir de los vínculos sociales
tradicionales. El nacional-populismo, por
su parte, apela a las identidades simbó-
licamente mediadas para contraponerse
a las dinámicas destructivas del capita-
lismo global. En este sentido, su pers-
pectiva es inequívocamente simbólica y
tribal. En el nacional-populismo siempre
hay “otros” que son culpables de todas
las desgracias, con lo que se excluye de
entrada toda perspectiva global. Cierta-
mente, la izquierda puede jugar estos jue-
gos. También puede tratar de reconstruir
algún “nosotros” parcial, como el de los
“ilustrados”, al que suelen jugar los inte-
lectuales. Sin embargo, la pregunta era
quién puede combatir verdaderamente
a la “bestia”, presentando una alternativa
viable al capitalismo global.
su propio valor, y con ello su propia hu-
manidad, por los resultados de las pro-
pias acciones. Al hacerlo, el ser humano
se olvida de las propias acciones, de los
propios actos, para medirse a sí mismo
por las cosas que surgen de ellos. De
esta manera, el ser humano se cosifica a
sí mismo, y cosifica a todos los demás.
En definitiva, los símbolos tribales no son
sino cosas, con las cuales se define un
nosotros cosificado y, por tanto, deshu-
manizado. La liberación de la bestia im-
plica mucho más que alguna corrección
política o socio-económica. La liberación
de la bestia implica redimir lo más radical
de la humanidad, constituyendo, a partir
de la apertura radical de los actos huma-
nos, una identidad verdaderamente hu-
mana. ¿Quién podrá combatir a la bes-
tia? Quien pueda hablar humanamente
en nombre de la radical humanidad.
No hemos considerado, hasta aquí, la ín-
dole propia de las identidades que pro-
vienen de aquello que usualmente se lla-
ma “religión”. El término es, en realidad,
muy amplio, y comprende fenómenos no
solamente distintos, sino a veces verda-
deramente opuestos entre sí. Más allá
de cualquier intento de sistematización,
que sobrepasaría los límites de este tra-
bajo, podemos decir que, en ciertas for-
mas religiosas, aparece la pretensión de
construir identidades verdaderamente
globales. El muchas de las llamadas “re-
ligiones universales”, el ser humano ya
no es considerado en función de ciertos
rasgos tribales, sino más bien en función
de su posición ante algún tipo de divini-
Y aquí cabe pensar en la conveniencia,
o incluso en la necesidad, de algún tipo
de identidad que, lejos de cerrarse tribal-
mente, pueda permanecer abierta a toda
la humanidad. La razón no estriba sola-
mente en el alcance global de la bes-
tia. La razón estriba en su misma bes-
tialidad. Es decir, se trata de proponer
alternativas que sean verdaderamente
humanas. La civilización del capital lle-
va a su plenitud una vieja tendencia del
corazón humano, que consiste en medir
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