Perifèria. Cristianisme, Postmodernitat, Globalització 6/2019
cal: en el ser humano, la identidad radi-
cal y la alteridad básica tienen un mismo
origen en los actos. Identidad y alteridad
son co-originarias. A diferencia de cual-
quier enfoque a partir del sujeto, de la
conciencia o del lenguaje, los actos nos
sitúan en una perspectiva radical, en la
que emerge tanto lo más propio de la
identidad personal, como también el ori-
gen mismo de la vinculación a los otros.
En esta vinculación, los otros no son pri-
meramente cuerpos tras los que hemos
de suponer un yo, sino que son más bien
integrantes del “nosotros” que caracteriza
radicalmente a los actos compartidos. Y,
sin embargo, los otros no se confunden
con el “yo”. Los actos humanos, desde
su misma raíz, acontecen acotados en el
“aquí” de un cuerpo. En el propio cuerpo,
“persuenan” los actos, de modo que to-
dos los actos, incluso los actos compar-
tidos, son actos “personales”. 18 El cuer-
po, antes de ser cosa, es la carne en la
que acontecen los propios actos. De ahí
que el cuerpo sea también definidor de
la identidad. No se trata ahora del nivel
radical de la identidad, constituido por los
actos, sino de la “carne” que define los
actos, determinando quien soy. El cuer-
po no es simplemente algo que tenemos,
sino una carne que somos. 19 en su diferenciación radical entre la hu-
manidad y el resto de la animalidad. En
segundo lugar, el cuerpo como carne de-
termina una identidad radicalmente indivi-
dual, por más que incluso la corporeidad,
como carne, permanezca abierta al com-
partir de los actos con los demás. Dicho
hebraicamente: abierta a llegar a ser una
sola carne. Sin embargo, pareciera que
estas formas radicales de identidad re-
quieren en los seres humanos algo más.
Es lo que sucede, por ejemplo, cuando
desde la noche de los tiempos el cuerpo
es tatuado. En este caso, desde los actos,
y desde la carne, se pasa a los símbo-
los como determinantes de la identidad.
Los símbolos, como institución, permiten
ciertamente los grandes avances comu-
nicativos que entraña el lenguaje humano
y todas las instituciones que se constitu-
yen por medio del mismo. Y, sin embar-
go, los símbolos también cumplen una
función de identidad. Ellos son capaces
de constituir ahora un nuevo “nosotros”.
Pero ya no se trata del “nosotros”, indefi-
nidamente abierto, de los actos comparti-
dos. Ahora tenemos un nuevo “nosotros”,
definido por los símbolos, y que permite
dejar fuera a los “otros”. Del “nosotros”
abierto de los actos se ha pasado al “no-
sotros” de la tribu.
Contemplamos entonces dos grandes
niveles de constitución de lo más radi-
cal de la identidad. Ante todo, los actos
mismos, en su diferencia de las cosas, y El desafío de la identidad humana
¿Qué tiene que ver todo esto con las ta-
reas abiertas en el mundo contemporá-
neo? Podríamos decir lo siguiente: algu-
nas de las identidades individualizantes a
las que recurre el neoliberalismo se sitúan
18 Siguiendo la etimología popular, no técnica, de
“persona”.
19 Cf. A. González, “El cuerpo que somos”,
Revista Perifèria 13 (2016) 12-24.
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