Perifèria. Cristianisme, Postmodernitat, Globalització 6/2019
José Ortega y Gasset se preguntaba
¿quién soy yo? y, trasladando el proble-
ma de la identidad al ámbito político y,
dentro de él, al ámbito nacional, se pre-
guntaba asimismo: “Dios mío, ¿qué es
España?” 2 . La vida humana es “el preci-
pitado de dos elementos básicos: el yo
y la circunstancia”. La identidad, tanto
personal como social, es una construc-
ción creativa: es lo que cada individuo se
siente y se forma en su relación con el en-
torno social; por tanto, no es permanen-
te ni fija. Maalouf (1998, p. 118) pone el
ejemplo de un yugoslavo, que pasa a ser
servo-bosnio y que, pasados unos años,
puede acabar afirmando que es de los
Balcanes y musulmán. La identidad es
un proyecto simbólico, que construimos
en el proceso de relación con los demás,
con el entorno del que extraemos los
materiales con los que la componemos,
y que no han sido los mismos siempre ni
han servido por igual para todos pueblos
o colectivos de personas.
La identidad colectiva se expresa y se re-
presenta mediante símbolos, como una
bandera o un himno, y se percibe a tra-
vés de signos como: el lenguaje, el co-
lor de la piel, la religión o las costumbres.
Estos elementos, que pueden funcionar
como puentes que unen orillas, personas
o grupos sociales distintos, plantean pro-
blemas cuando se convierten en factores
de diferenciación y, por consiguiente, en
elementos que condicionan la relación
con quienes son concebidos como dife-
2 “Meditaciones del Quijote”, en Obras
completas, t. I, Madrid, Revista de Occidente,
7ª ed. 1966, p. 360
rentes, e incluso pueden llegar a romper
los puentes posibles o impedir su mante-
nimiento o construcción. En este caso, la
identidad -sus símbolos y sus signos- se
erige en un obstáculo insalvable, ya que
contribuye a concebir la sociedad como
un espacio en el que unos dominan sobre
otros, donde es muy difícil, si no imposi-
ble, la convivencia plural armoniosa, ba-
sada en la igualdad y el respeto mutuo, y
en el que es impensable el mestizaje y la
fusión cultural.
Esta concepción de la identidad gene-
ra una sociedad dividida entre quienes
dominan, el grupo que ostenta el poder,
que no siempre es el mayoritario, y quie-
nes viven excluidos, en los márgenes,
despreciados y sometidos. Esta será
una sociedad en la que, si no se tien-
den puentes, la escisión conducirá a la
existencia de tensiones constantes, a la
violencia y a la desestabilización de la
convivencia entre grupos endogámicos
impenetrables. Será una sociedad que
de facto privará de los derechos propios
de la ciudadanía a quienes sean consi-
derados diferentes. Es un modelo de so-
ciedad que caerá en un círculo vicioso
que se retroalimenta: la diferenciación
conduce a la marginación y, por tanto,
a la exclusión, y quienes se ven margi-
nados se autoexcluyen a sí mismos, con
lo que los grupos sociales se encuentran
cada vez más alejados, la sociedad más
escindida y la convivencia se torna pro-
gresivamente más difícil, lo que conduce
a una vigilancia y represión constante so-
bre el grupo o los grupos marginados, lo
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