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Revista Pedagógicas
2. Cambia la escuela, cambia el maestro
A las tradicionales imágenes del maestro –indicadas anteriormente— le corresponden igualmente “programas institucionales” que otorgaban los marcos de significado y las pautas para el desarrollo de la práctica educativa. En este sentido, no era ninguna novedad que en el imaginario social la escuela era pensada como el espacio “particularmente” destinado a socializar y difundir conocimientos hacia la generación más joven y, el maestro, como el “destinado” a llevar a cabo esta tarea. Sin embargo, ese imaginario se ha mutado, la sociedad ya no es la misma, lo mismo que la escuela y, por ende, las presentaciones que se tenían del oficio del maestro.
Inés Dussel expone estos cambios indicando que la escuela de hoy obedece a cambios sociales. Veamos brevemente algunos de estos cambios que afectan a la escuela y la configuración del trabajo docente. En primer lugar se encuentran los cambios en la estructura y organización del sistema educativo. Como muchos lo sabrán, en las últimas décadas toda una corriente de reformas educativas han afectado a la mayor parte de los sistemas educativos de los países latinoamericanos. Otro de los cambios tiene en el considerable avance de la ciencia y el conocimiento su razón de ser. En clave educación esto se ha traducido en cambios en la organización de las disciplinas escolares, allá donde imperaba la ordenación de conocimientos en función de asignaturas, en la actualidad se tiende a agruparlos en campos o áreas de conocimiento. Por último, en concordancia con los cambios indicados, se presentan los cambios en la estructura escolar, lo cual incide de sobremanera la organización curricular (Dussel, 2006).
La pregunta es ¿De qué manera estos cambios han impactado el trabajo y la identidad docente? Una de las consecuencias tiene que ver con una mayor profundización en la ya deteriorada imagen del maestro. La mayor parte de las reformas –sobre todo las impulsadas por organismos como el BM y el FMI en la década de los ‘90— tenían entre sus objetivos, introducir criterios economicistas en la educación (eficiencia-eficacia-efectividad, etc.). El justificativo, la escuela para nada era eficiente, y en el caso de los maestros, más que dedicarse a enseñar, se ocupaban más en actividades sobre todo sindicalistas-gremialistas. La consigna era clara, se debe profesionalizar el trabajo docente. Brito lo explica de la siguiente manera: “Una profesionalización que no supone la desaparición de la vocación sino su coexistencia con requerimientos técnicos cada vez mayores y más sofisticados. En este sentido, la legitimidad de la autoridad de los profesores antes respaldada por el carácter ‘sagrado’ de la institución se desplaza hacia una legitimidad asentada sobre el dominio de ciertas competencias específicas y sobre la eficacia del trabajo efectuado” (Brito, 2010: 27)
Otro impacto se dirige a inquietar la misma esencia del trabajo docente, y con ello, perturbar la identidad docente. Si existía un sostén en el cual descansaba la imagen del maestro, es sin duda la “tarea de enseñar”. Es la actividad de la enseñanza, transmitir conocimientos, lo que ha caracterizado la función docente desde sus inicios y junto a este reconocimiento emergía de igual manera su autoridad en el aula y frente a la sociedad (Dussel, 2006).