Paradigmas Vol. 5, No. 2 | Page 52

Rosa María Lince Campillo & Martha Singer Sochet o no podían hablar correctamente en griego. De ahí que cuando calificamos a alguien de bárbaro hacemos referencia a una persona con la que no se puede conversar (dialogar) y que —por extensión— también es necia, ya que solo admite como válido su punto de vista como si fuera el único; esa incapacidad de ver más allá de uno mismo se considera signo de falta de humanidad. Por su parte, Todorov (2008) se pregunta: ¿a quiénes calificamos hoy de bárbaros? La respuesta es: a los intolerantes, cuya característica es prejuzgar a los otros como seres irracionales, indignos, inferiores, incapaces de vivir en libertad o tener opinión propia y, por eso, se justifican cuando toman la atribución de hablar por los otros, callándolos, es decir excluyéndolos. Discriminar a los otros por no pertenecer a nuestra comunidad lingüística no solo se trata del desconocimiento de un lenguaje, sino de la imposibilidad de comunicar y compartir ideas, creencias, concepciones ético-políticas, etcétera. El resultado es que, en ocasiones, es muy difícil que un sujeto que pertenece a una determinada etnia, condición social, tendencia sexual, etcétera, considere al otro —cuyas posturas distintas a las suyas— como un sujeto con los mismos derechos, dado que lo juzga y lo califica como extraño, pobre, desviado, atrasado, desigual, perteneciente a una minoría, equivocado o, más aún, inferior y, por tanto, no digno de ser escuchado y tomado en cuenta. En síntesis, la diferencia no debería entenderse como desigualdad y menos aún como inferioridad, ya que en muchos casos conduce a la discriminación y en otros tantos a la exclusión. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía en México, existe una íntima relación entre desigualdad/pobreza y discriminación/exclusión, específicamente entre los grupos más afectados y, por tanto, más vulnerables como son los indígenas y las mujeres —y, más recientemente, los migrantes— a quienes les cuesta mucho trabajo integrarse a una nueva comunidad, porque no tienen asegurada la posibilidad de expresar sus necesidades y menos aún de ser escuchados. 110 | Paradigmas, jul.-dic., 2013, Vol. 5, No. 2, 101-130