Paradigmas Vol. 5, No. 2 | Page 36

Pablo Cazau engendraron materia viviente. En cambio, la causa final de la vida es aquello hacia lo cual tiende: su propia supervivencia. Trasladando esta distinción al contexto de la oposición entre ciencias naturales y sociales, en general y de manera simplificada, la causa eficiente —o simplemente causa— es estudiada por las ciencias naturales, mientras que la causa final es más propia de las ciencias sociales. Por ejemplo, explicamos el movimiento planetario a partir de una causa como la fuerza gravitacional, mientras que comprendemos a un hombre o a una sociedad a partir del fin hacia lo cual tienden: la realización de determinados proyectos, valores o destinos. La causa eficiente ocurre antes que el fenómeno, mientras que la causa final ocurre después, guiando al fenómeno a evolucionar en determinado sentido. Decir que un niño llora porque tiene hambre supone invocar una causa eficiente, mientras que decir que llora porque quiere que venga la madre supone sustentar una causa final. Ya en el siglo XX una gran cantidad de autores asumieron ciertas posiciones respecto a la relación entre ambos modelos de ciencia, posturas que pueden ser agrupadas en tres tipos: 1) Las ciencias naturales y las sociales son modelos de cientificidad radicalmente diferentes, tal como lo sugiere la posición de Dilthey (trad. 2010). Autores como von Wright (1989), por ejemplo, describen históricamente esta situación en términos de una ciencia “aristotélica” y otra “galileana” a partir del tipo de explicación que cada una propone. La aristotélica propone explicar los fenómenos por su finalidad (explicaciones finalistas o teleológicas), mientras que la galileana explicarlos por sus causas (explicación causalista o mecanicista). Más recientemente Elster (1992) ha llegado a sostener que la distinción más esclarecedora y profunda que puede hacerse entre las distintas ciencias puede formularse según el tipo de explicación que utilizan: causal e intencional o finalista. 94 | Paradigmas, jul.-dic., 2013, Vol. 5, No. 2, 69-98