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Por contra, la libertad entendida como independencia
es un pensamiento ilustrado británico (aún vigente)
que plantea que la libertad consiste en la no existencia
de límites de acción para el individuo. Se parte de una
sociedad que no es una comunidad, sino algo parecido
a un conglomerado de átomos: se considera al indi-
viduo como un “átomo social” independiente al que
le convienen las acciones del resto, tanto las buenas
como las malas; como afirmaría Bernard Mandeville
en La Fábula de las Abejas (1714): “vicios privados,
beneficios públicos”.
La diferencia que existe entre las nociones es que
el concepto de autonomía es el de una comunidad
compuesta de sujetos morales inexistentes sin su co-
munidad: un “yo” con contenidos, con capacidad de
decisión y con experiencias que registra para crear una
visión del mundo. Es capaz de conocimiento y conte-
nidos morales que adquiere a través de una acción so-
cial: la educación. Por otro lado, la base antropológica
del pensamiento británico es un individuo, sin intere-
sarse por sus contenidos morales. Su referente político
es el Estado Liberal, caracterizado no por la ausencia
de reglas pero sí por la escasez y flexibilidad de estas,
lo que permite el libre intercambio económico y hace
que el individuo, sean cuales sean sus decisiones y ac-
ciones, genere beneficios económicos públicos. Así, a
propósito de lo escrito por Rousseau, la profesora Ce-
lia Amorós afirma que pertenecer a una comunidad
es ser reconocido como un igual, ser reconocido como
“ese otro” con el que se llega a acuerdos y que tiene el
derecho de poder discutir y opinar y ser escuchado.
Ser considerado como prioritario y no como secun-
dario. A partir de ello, la profesora plantea que en la
comunidad idealizada de Rousseau, y a lo largo de la
historia, las mujeres han sido excluidas del círculo y
del discurso, por lo que nunca han sido vistas como un
igual a ojos de los varones, sino como idénticas entre
sí. Nunca han estado a la misma altura. Sin embargo,
Celia Amorós no fue la primera (ni será la última) en
cuestionar el protagonismo masculino en la historia;
un ejemplo anterior a ella es Simone de Beauvoir, au-
tora feminista muy influyente tanto en su época como
en la actual, que plantea una importante reflexión de
género en los años cincuenta con su libro El Segundo
Sexo (1949). En él habla del uso del genérico mas-
culino (un genérico que es usurpado), al que, entro
otras muchas cosas, llega a través de un análisis del
lenguaje: sabemos que la palabra “antropología” se re-
fiere al estudio del hombre, y es aquí donde comienza
la reflexión de la autora. En griego, además de existir
una palabra específica para referirse a “varón” (‘aner’) y
a “mujer” (‘gyné’), existe una para “humanidad”, que es
‘anthropos’, y es la usada genéricamente para referirse
al conjunto que forman ambos géneros, aunque no se
incluyera a las mujeres en el discurso; mientras que en
el castellano o en el francés usamos “hombre” como
genérico, o el uso del masculino en las formas plu-
rales. Refiriéndose a esto, Simone de Beauvoir habla
de la apropiación del discurso tanto moral como legal
e histórico por parte de los varones y cómo se han
convertido en el centro de este; es decir, se han hecho
con el poder de tomar la palabra, son quienes definen
el mundo y hacen las leyes a su medida, basándose
en una moral fundada en sus propias prioridades e
intereses. Afirma que se han convertido en el sujeto
absoluto, pasando las mujeres a ser el objeto de este y
siendo lo humano descrito en masculino. Tradicional-
mente, los mitos han sido forjados por los hombres,
en los cuales las mujeres solo se han visto descritas.
Simone de Beauvoir escribe que existe una asimetría
entre géneros, ya que mientras que ellos tienen su pro-
pio mito del héroe, ellas no son dueñas de sus mitos.
No crean sus propios mitos porque para ello
necesitan el poder de la palabra. En cierto sentido
ayudan a los hombres a forjar su mito de héroe: al
querer estos hacerlas más débiles, necesitan de la
protección y la salvación de sus héroes. Creen en
los dioses que ellos crean y obedecen las leyes que
ellos obedecen y crean. Se las ve únicamente como
instrumento para crear vida, por lo que son meros
objetos sexuales, siendo imposible la misma visión
de los hombres por parte de estas. En la misma
reflexión de género, se sobreentiende por tanto que la
moral de los varones es autónoma y la de las mujeres
heterónoma: es decir, los hombres crean sus propias
normas y a las mujeres se las imponen desde fuera,
por lo que se afirma que la existencia de la mujer se
define exclusivamente en torno a la del hombre. Así,
llegamos a la cuestión: ¿puede una mujer conocer y
comprender su estado de heteronomía o un varón su
implicación en la prepotencia sin profundizar en la
historia de las ideas? En mi opinión, aunque a día de
hoy pueda bastar con ver el telediario o las redes para
darse cuenta de una ínfima parte de lo que sucede, es
necesario saber de dónde viene todo y comprender el
origen para poder cambiar la situación.
Patricia Serrano Ponce B1DC
Pandora
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