Outlander Magazine Número 6 (enero 2018) | Page 18
les o, incluso, los primeros ancestros, los antepasados que fueron
el origen de las tribus que luego poblaron estas tierras. En el
Lebor Gabála Érenn o “Libro de las Invasiones”, se nos transmite
que estos ancestros mágicos fueron obligados a ocultarse en el
“otro mundo” por las incursiones de los pueblos invasores. Y ahí
siguen.
En las Highlands y otras zonas de tradición gaélica, se procura
no llamarles por su nombre original como muestra de respeto y
para no molestarles- y se les conoce como “los buenos vecinos”
(The Good Neighbours), “las hadas” (The Fairy Folk) o “los anti-
guos” (The Auld Folk).
Pero ¿las hadas son reales?
Puede que la única respuesta que tenga cierto sentido aquí
sea otra pregunta: ¿a qué te refieres por “hadas”? Si las defines
como pequeños y bondadosos seres del tamaño de una mari-
posa, con aspecto humano (casi siempre femenino), orejas pun-
tiagudas y alas transparentes que tintinean cuando vuelan, la
respuesta es no, las hadas no existen.
Si defines a las hadas como un fenómeno sobrenatural sin
explicación aparente, solo perceptible para ciertas personas, en-
tonces la respuesta es sí, las hadas existen. Casi todos los avis-
tamientos de hadas nos han sido contados por niños o por
adultos altamente sensibles y con una capacidad sensorial fuera
de lo común. Se nos han transmitido apariciones de hadas en
todo el mundo, no solamente en las Highlands de Escocia, y aun-
que bien es cierto que en este mundo moderno en el que vivimos
hoy en día la mayoría de los seres humanos ya no creen en la
magia y en los seres sobrenaturales, es innegable que la tradición
de las hadas se mantiene muy viva en las remotas tierras esco-
cesas y su legado mágico perdura hasta nuestros días.
Pues entonces, ¿qué son las hadas?
Veamos, según Google, un hada es un “ser fantástico con fi-
gura de bella mujer y poderes mágicos”. Tal cual. Según el Dic-
cionario Oxford es “un ser sobrenatural de tamaño diminuto al
cual se le atribuyen, según la creencia popular, poderes mágicos,
y con gran influencia sobre el bien y el mal en los asuntos de los
humanos”. Vale, ya me gusta más. Pero ¿por qué diminuto? A las
hadas se les ha descrito frecuentemente con el mismo tamaño
que los humanos, e incluso más grandes. Vamos, ¡que no se les
puede atrapar con una red para cazar mariposas! Además, las
hadas abarcan todo el abanico de formas humanoides: más altas,
más bajas, más fuertes, delgadas, feas o guapas, y tanto feme-
ninas como también masculinas.
Como he comentado más arriba, muchos autores, sobre todo
de finales del siglo XIX, han desarrollado la idea que las hadas
son, sencillamente, otro tipo, otra raza de humanos.
En ocasiones se creía que las hadas cruzaban al mundo de
los hombres y vivían entre ellos sin ser descubiertas, a veces du-
rante años, para luego regresar a su reino mágico.
En la tercera temporada de “Outlander”, el joven Ian, sorprendido
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ante la repentina aparición de su tía Claire en el burdel de Edim-
burgo, le cuenta la teoría de las gentes de Lallybroch daban por
hecho que Claire era un hada que había regresado al bosque a
vivir entre los suyos.
Así que, ¿las hadas son buenas?
La única respuesta posible a esta pregunta es depende. Algu-
nas hadas realmente “funcionan en modo Hada Madrina de Dis-
ney”; no descansarán hasta ver a su protegida con la corona en
la cabeza y el príncipe a su lado. Pero de otras hadas se sabe
que son totalmente malvadas y completamente mezquinas con
cualquier hombre, mujer o niño que tengan la mala fortuna de
cruzarse en su camino.
Aunque la gran mayoría de las hadas en las historias y leyen-
das son ambiguas: en cuestión de un momento, pueden cambiar
de fría calma a hervir de furia ante la menor provocación. Sienten
indiferencia hacia los humanos, siempre y cuando los humanos
las traten bien. Pero si a los humanos se les ocurre romper al-
guna de sus muchas reglas o prohibiciones, entonces, ¡sálvese
quien pueda!
Así pues, los pobres humanos siempre se han tenido que andar
con pies de plomo para no disgustar a las hadas y alterar el frágil
equilibrio entre los dos mundos, y con mucho cuidado sobre todo
por lo que decían, no fuese a ser que las invisibles hadas estu-
viesen escuchando cerca. Nunca podían saber qué sería lo que
enfadaría a las “buenas gentes” y tampoco lo que les agradaría.