Una forma de detectar los biomarcadores es a través de las tomografías. Estas tomografías son imágenes de las regiones cerebrales que ayudan a ver los biomarcadores y confirmar la muerte de las neuronas dopaminérgicas en la SNpc (Brooks y Pavese, 2011). El problema con esta detección es que se necesita un avance bastante considerable para que aparezcan los síntomas y se pueda ver en las tomografías. Por lo que se están buscando nuevas formas que por sí solas en conjunto permitan hacer un diagnóstico antes de que comiencen a verse los síntomas (Lehéricy, Bardinet, Poupon, Vidailhet y François, 2014).
Estos estudios y pruebas se basan en los síntomas de la etapa prodrómica. Por ejemplo, se sabe que la pérdida del olfato es uno de los primeros síntomas por lo que un estudio que detecte esta característica podría conducir a un diagnóstico temprano (Postuma et al., 2012). Otro posible indicador es la disminución de nervios en el corazón. Esto se ha visto que ocurre antes de los daños cerebrales a causa del Parkinson (Salsone, Labate y Quattrone, 2012).
Una prueba bioquímica que se encontró hace poco que podría ayudar consiste en buscar material genético en una muestra de sangre. De esta forma se logró identificar correctamente a los pacientes con Parkinson a y los sanos (Margis, Margis y Rieder, 2011). Inclusive en otro estudio se utilizó otra técnica para buscar el material genético en las células blancas de la sangre y también logró identificar los pacientes con Parkinson. Ambos estudios son promesas de técnicas sencillas que podrían utilizarse en vez de los aparatos necesarios para las otras pruebas (Soreq et al., 2013).
Debido a la complejidad de la enfermedad es imposible que un solo fármaco detenga o disminuya el avance. De todos modos, se cree que un análisis de la causa para los diferentes casos, una vez inventados los medicamentos necesarios, podrían ayudar la síntesis de dopamina, eliminar la acumulación de α -sinucleína, promover la regulación de mitocondrias y eliminar los efectos adversos de la neuroinflamación, así como eliminar los síntomas no motores. Sin embargo, por el momento los tratamientos se van dando para combatir los síntomas que van apareciendo durante el avance de la enfermedad (AlDakheel, Kalia y Lang, 2014).
Tratamiento
Tratamiento farmacológico: alopático y homeopático.
El fármaco más utilizado para tratar los síntomas es alguno que aumente la cantidad de dopamina. Para esto existe levodopa, la molécula precursora de dopamina capaz de llegar al cerebro. Si se administra en la dosis correcta, después de una semana los síntomas comienzan a disminuir (Brooks, 2008). Aunque se debe ir incrementando la dosis, de 300-600 miligramos por día pueden ayudar a los enfermos a estar relativamente bien hasta por cinco años (Lees AJ, Hardy y Revesz, 2009). Hay otras estrategias como aumentar la producción de dopamina dentro del mismo tejido con amantadina (Malkani et al., 2012), inhibir la degradación de la dopamina presente evitando la acción de COMT (Müller, 2015) o de MAO (Riederer y Laux, 2011) o incluso disminuir el efecto de otros sistemas, como el de acetilcolina, para reestablecer el balance (Bohnen y Albin, 2011).
Debido a la menor incidencia de Parkinson en Asia, específicamente China, Corea, Japón e India, se han buscado tratamientos homeopáticos basados en el estilo de vida de estos países. Bega y Zadikoff (2014) analizaron los efectos de ingerir vitamina E y algunas plantas tradicionales (Banisteriopsis caapi, Qingxinhuatan tang, ginseng, Ginkgo biloba, entre otras) pero también los beneficios de yoga, acupuntura, música, y tai chi (un tipo de arte marcial). Aunque sí encontraron algunos efectos positivos concluyeron que se necesita más investigación para determinar el grado de ayuda y su mecanismo.
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