Oloc 15
jamás os creeríais, recobraréis la serenidad y la felicidad que
tanto deseáis… Al final del camino, Vuestro Imperio os esperará
siempre generoso, con un buen trabajo, una bonita propiedad
y todo tipo de oportunidades. Sed dignos de Vuestro Imperio
siguiendo con plena obediencia el tratamiento que nosotros, los
expertos, os estamos ofreciendo…».
Oloc se ponía de los nervios mientras escuchaba esa voz,
esas palabras, siempre con el mismo tono paternalista de sabio
famoso. No obstante, procuraba mantener la calma, pues tenía
bien presente lo que le pasó nada más llegar allí, cuando intentó
arrancar el monitor de la pared… No quería que volviera a entrar
en su habitación un grupo de forzudos y que, tras reducirlo con
esas horrorosas pistolas eléctricas, lo ataran en la cama con unos
cinturones de cuero. No quería volver a ver cómo le ponían esa
máquina tan ruidosa en lo alto de la cabeza, y sentir el frío contacto
de los electrodos en sus sienes. No quería que le volvieran a
abrir la boca para ponerle un protector en la lengua y que, acto seguido,
le hicieran una maldita descarga eléctrica, por mucho que
se empeñaran los políticamente correctos en llamarla Terapia de
Estimulación Cerebral Profunda. Y sobre todo, no quería volver a
sufrir ese despertar, los martillazos en la cabeza, el vértigo profundo,
la apabullante sensación de una asfixiante solidez del todo…
Estaba claro que no permitiría que todo ello se repitiese, así
que se tumbó en el sofá e hizo ver que seguía atento el discurso,
lo que sería valorado como un signo de mejoría. Como también
lo harían si, tras acabar el discurso, se echara una larga siesta,
aunque estuviese cansado de dormir, harto de dormir por haberse
pasado la mañana sin hacer otra cosa.
Gracias a la rotazina pronto logró volver a otro fabuloso
sueño.
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