Oloc 13
En efecto, Oloc jamás hubiera imaginado la cantidad de cámaras
y sensores escondidos en su habitación, entre los tabiques
y las falsas paredes, en el altillo, tras los espejos o entre la espuma
de los cojines… Ni el inodoro estaba libre de vigilancia, pues
los técnicos analizaban periódicamente las heces y los orines de
todos los pacientes para comprobar posibles alteraciones metabólicas
o ingestas de alguna otra droga distinta a la rotazina. Sin
embargo, cuando el inodoro quedaba embozado, lo cual ocurría
a menudo por los potentes efectos laxantes del psicofármaco, los
sensores quedaban inoperativos durante unas horas; el cuarto
hubiese sido seguro para practicar todo tipo de actividades sin
que quedara constancia de nada, aunque este pequeño detalle
era ignorado.
*
El sol caía sobre los ventanales de la espaciosa habitación que
Oloc tenía asignada. En realidad estaba pensada para dos personas,
aunque ya hacía unas cuantas semanas que estaba solo. Su
último compañero empeoró de modo súbito tras unos ensayos
experimentales y fue trasladado a otro centro más apropiado
para la seguridad de los demás y para su propia seguridad.
Nunca más se supo nada de él.
Era mediodía. Sonó una fuerte alarma, la hora de la comida.
El almuerzo era muy seleccionado, conforme a la política de
calidad del Palacete, y un destacado nutricionista elaboraba los
menús conforme a las dietas más saludables del momento. No
obstante, al ser esta disciplina de criterios variados en lapsos
cortos de tiempo, se hubo de cambiar hasta cinco veces en el
último mes al nutricionista, además de decenas de revisiones
de los ingredientes que conformaban el menú, lo cual resultó
muy molesto para la digestión de los pacientes.