Dios, en amor, derramó su ira sobre
el pecado que destruye a sus amadas
criaturas. Así, la cruz es el juicio de
Dios contra el pecado y el mal, y la
demostración de su amor por los pecadores que los libera de la maldad a
la vida.
El propósito de Dios desde el principio fue dar cumplimiento a su amor
por la humanidad. Pero los seres humanos, en su rebelión, orgullo y separación de Dios, levantaron obstáculos a ese amor, obstáculos que
debían ser quitados si la comunión
con Dios iba a ser restaurada y correcta. El juicio y la ira de Dios fue la
poderosa remoción de esas barreras,
de forma que los propósitos de su
amor pudiesen cumplirse.
La obra de Jesús en la cruz hizo expiación por los pecados del mundo y
ganó la victoria sobre toda maldad:
“Alabado sea Dios, Padre de nuestro
Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en las regiones celestiales con
toda bendición espiritual en Cristo.
Dios nos escogió en él antes de la
creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de
él. En amor nos predestinó para ser
adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen propósito de su voluntad, para alabanza
de su gloriosa gracia, que nos concedió en su Amado. En él tenemos la redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados, conforme
a las riquezas de la gracia que Dios
nos dio en abundancia con toda sabiduría y entendimiento” (Efesios 1:38).
Cuando su ira hubo logrado su objetivo, Dios nos reconcilió consigo
mismo en la obra salvadora de su
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Hijo, restaurando la paz. La ira de
Dios contra el pecado y la maldad se
ve en el envío de su Hijo. Si Dios no
peleara contra la maldad, no tendría
ira contra el pecado, y por lo tanto no
habría tenido necesidad de hacer
eso. La ira es parte de los medios de
Dios para restaurar la relación, no un
medio para perpetuar la separación.
Isaias 54:8 muestra maravillosamente cómo la ira de Dios es una expresión de su amor. Notemos estas
tres traducciones:
“Por un momento, en un arrebato
de enojo, escondí mi rostro de ti;
pero con amor eterno tendré compasión de ti. —Dice el Señor, tu Redentor—“ (Nueva Versión Internacional).
“Por un corto instante te abandoné, pero con bondad inmensa te
volveré a unir conmigo” (Dios Habla Hoy versión castellana).
“Solo por un momento te dejé
abandonada, pero con gran ternura te aceptaré de nuevo” (Traducción en lenguaje Actual).
Aquí Dios, mientras le dice a su pueblo que tomen nota de su ira por sus
pecados, los envuelve en su abrazo
amoroso. Nota el ánimo en los versículos 9 y 10: “Para mí es como en
los días de Noé, cuando juré que las
aguas del diluvio no volverían a cubrir la tierra. Así he jurado no enojarme más contigo, ni volver a reprenderte. Aunque cambien de lugar
las montañas y se tambaleen las colinas, no cambiará mi fiel amor por ti
ni vacilará mi pacto de paz, dice el Señor, que de ti se compadece”.
Dios ya ha tomado las acciones necesarias para poner fin a la enemistad
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