REFLEXIONES TRINITARIAS
Por Rubén Ramírez Monteclaro
“Niégate a ti mismo,
toma tu cruz y sígueme”
Otra perspectiva
C
uando Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) decidió encarnar en el hombre Jesús, sólo
estaba continuando con su plan
iniciado en un momento de la
eternidad, cuando la creación
que conocemos aún no existía. El
primer indicio de nuestra creación la
encontramos en: “Dios nos escogió
en él antes de la creación del mundo,
para que seamos santos y sin mancha delante de él”. (Efesios 1:4) NVI.
Podemos decir que este fue nuestro
primer nacimiento como Hijos de
Dios.
Posteriormente hizo que Adán naciera como ser humano. Su cuerpo
fue constituido con los mismos elementos de la tierra y de todo el universo, tal como lo captan nuestros
ojos, sin olvidar que Adán también
tenía alma y espíritu. De tal manera
que a éste lo considero nuestro segundo nacimiento, cuando abrimos
nuestros ojos a este mundo físico.
Esta parte de la creación era necesaria para forjar en nosotros nuestra
voluntad y dominio propio, cualidades otorgadas a la humanidad por
nuestro Padre para que, a partir de
su amor, pudiéramos amar como Él
ama.
Este aspecto de: “pudiéramos amar
Odisea Cristiana | Noviembre 2016
como Él ama”, es quizá uno de los
más importantes en el desarrollo de
nuestra relación con Papá; porque Él
quiere que lo amemos, vayamos a Él,
creamos en Jesús por voluntad propia, respondiendo a su llamado, el
cual tiene una recompensa cósmica:
“Pues nadie puede venir a mí a menos que me lo traiga el Padre, que me
envió, y yo lo resucitaré en el día final”. (Juan 6:44) NTV
Desde Adán hasta nuestros días, al
ser humano le cuesta decidir responder al llamado de nuestro Padre;
Adán decidió rechazar la bendición
de ser uno con su creador por la eternidad, trayendo como consecuencia
una vida de muerte y de oscuridad,
lejos de la luz verdadera, que es Dios.
Una vida de cardos y espinas, de enfermedades, de esfuerzos infructuosos, de odios, de rencores, de maldad…
Durante la última semana de vida de
Jesús, Dios nos enseña una gran lección; la culminación de la vida humana de Jesús es un resumen de
nuestra propia vida; veamos por qué.
Desde su nacimiento, la vida de Jesús
fue una vida extraordinaria:
1. Vino al mundo en la inmundicia
de un establo, prefigurando la inmundicia de la humanidad que
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