no me dejaba concentrarme en nada
más que en la llegada del momento
de comer.
Respecto a esto, hace casi tres años
se publicó en Odisea Cristiana (No.
45, octubre 2013) un artículo mío titulado El Ayuno Que Dios Escogió. En
ese artículo, sin desacreditar el
ayuno físico, enfatizo que un ayuno
más provechoso que no comer es
“que compartas tu pan con el hambriento, que a los pobres errantes albergues en casa, que cuando veas al
desnudo lo cubras y que no te escondas de tu hermano” (Isaías 58:5-7).
Por eso había yo dejado de practicar
el ayuno físico.
Sin embargo, solía recordar las palabras de Cristo: “Este género con nada
puede salir, sino con oración y
ayuno” (Marcos 9:29), y sentía que
algo me faltaba entender respecto al
ayuno. Aunque en este pasaje el contexto era la expulsión de demonios,
yo entendía que igual podría aplicar
para expulsar de nuestras vidas algo
que nos perturbara y nos corroyera
el alma (un resentimiento, un mal
hábito, un vicio, envidia, codicia,
etc.). Pero, ¿cómo? Me parecía claro
que no era como decir: “Tengo este
problema, voy a ayunar un día o dos
y se resolverá”. No, con Dios no podemos hacer trueques, y yo sentía
que había algo más.
Y la respuesta llegó cuando una crisis
reciente en mi vida, algo que me angustiaba respecto un ser querido, y
sobre lo cual yo no sabía qué hacer,
me sacudió y derribó mi alma hasta
el suelo (no era la primera vez que
me sentía abatido, pero esta vez Dios
tenía algo nuevo para mí), y me hizo
Odisea Cristiana | Noviembre 2016
sentir la NECESIDAD de ayunar. Porque el Espíritu Santo me recordó que
“cuando soy débil, entonces soy
fuerte” (2Co 12:10). Y me recordó
que Moisés, antes de recibir de Dios
los diez mandamientos, ayunó cuarenta días (Éxodo 34:28-29), que Ester también ayunó en tiempos de
gran crisis (de vida o muerte) para
ella y para su pueblo (Ester 4:16), que
David ayunó en medio de una severa
crisis (2Samuel 12:15-17), que Daniel
ayunó por tres semanas (un ayuno
parcial) afligido por los pecados de su
pueblo Israel que ahora vivía oprimido bajo el yugo persa, y anhelaba
saber qué le deparaba el futuro a su
pueblo (Daniel 9:3, 10:2-3), que Jesucristo mismo ayunó al principio de su
ministerio (Mateo 4:2), y que Pablo
relata que atravesó infinidad de tribulaciones “en muchos ayunos”
(2Corintios 11:27). Y sintiendo mi espíritu en el suelo, empecé a ayunar…
Todas las cosas tienen su
tiempo, y para mí ya era
tiempo de ayunar.
Tal vez no sea tiempo de que tú comprendas cuan relevante es el ayuno
para tu peregrinar cristiano. O tal vez
tú ya lo habías comprendido. O tal
vez ya empiezas a comprenderlo. Sea
como sea, estas reflexiones te pueden ser de provecho.
Pero si no estás experimentando angustia, si no te sientes pecador, si no
te sientes débil, frágil o impotente, si
no sientes que no sabes que hacer…
lo más probable es que no vas a sentir necesidad de ayunar porque no
vas a sentir una profunda e intensa
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