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la carga de la brigada ligera nido situando las prácticas artísticas, y una transformación de la percepción y de los horizontes de significación frente a un hecho que no tenía precedente en la Esmeralda; de manera natural tuvo lugar una subversión del empirismo y una refundación de lo estético en un crisol en el que se fusionaron y emergieron no solo nuevos modos de confrontación sino formas de conciliación y diálogo. Ya no sólo era la Sociedad de alumnos sino una enorme Asamblea de escuelas de arte que acompasaron la exigencia por la libertad de Atzin Andrade, de Carlos Pichardo y de los nueve detenidos, a la voz de “¡Somos artistas no somos terroristas!” De súbito, la planta docente dejó de llamarse así. Nos convertimos en una red de profesores que, bajo una incipiente organización, cooperamos y secundamos el movimiento. Se juntaron voluntades, certezas, hechos; y la Escuela en instantes y por días fue otra. Las instalaciones se convirtieron en un territorio abierto que suscitó otros procesos de subjetivación donde se celebró la disposición al diálogo y que, lejos del horizonte jerárquico, se generaron una serie de operaciones que permitieron afirmar y poner en juego medios de acción, la identidad de la escuela y las visiones del mundo de cada integrante, al margen siempre de cualquier tentativa de estructura vertical, y amparados por una institución que no podía y no quería dejar de ver el orden de injusticias cometidas. Sumas al interior y al exterior, todos organizados en una lógica de cocreación y de coefectuación, bajo la tutela de una fuerza y una destreza luminosa, c ^XH