Número 6 del fanzine "Fuenlabrada Libertaria" Julio 2020 | Page 3

La pedagogía libertaria y su soterrada defensa de la liturgia escolar. A menudo, cuando se habla de pedagogía libertaria se habla de metodologías de aprendizaje que hagan desarrollar las aptitudes de la persona en completa libertad, sin ninguna imposición autoritaria. Otras veces se habla de aquella educación que provoque cambios sociales y políticos revolucionarios. Ahora bien, es de esperar que aquellos y aquellas que se definen como pedagogos libertarios rechacen la educación procedente del Estado. Sin embargo, en sociedades como las nuestras, las occidentales, contaminadas aún por el espejismo de la modernización y el culto al Estado, pocos son los que, adscribiéndose a este tipo de educación, rechazan de lleno las infraestructuras educativas estatales, es decir, en manos del Estado, es decir, al servicio del brazo armado del capital. Es más, muchos y muchas anarquistas han asumido con total normalidad el discurso escolar estatalista, sin creer haber entrado en ningún tipo de contradicción y se han convertido, en el fondo, en defensores de la educación pública, que todos y todas sabemos que es una educación estatal y jerarquizada. Ha de decirse que abundan por todos lados, hasta límites de infestación, propuestas “libertarias” educativas que tan sólo se limitan, unas veces, a modificar ciertos espacios y metodologías, recurriendo muchas veces a terminología “innovadora” -que no hace más que esconder viejas realidades- y, otras veces, a teatralizar asambleas en las que al alumnado nunca se le deja tomar decisiones significativas, actividades que en definitiva nunca se cuestionan los aspectos nocivos, a corto y a largo plazo, de unas estructuras institucionales como son los colegios y los institutos. La pedagogía libertaria, al defender indirectamente esas instituciones estatales a las que el alumno y alumna ha de asistir de forma obligatoria, queda entrampada en el mismo lodazal del que asegura querer escapar, por muy progresistas o libertarios que se planteen sus métodos o la elección de contenidos. ¿Puede darse una educación libertaria en la institución escolar actual? Sostengo que no. Ya se ha dicho escrito demasiado contra la Escuela. Autores como Paul Goodman, Everett Reimer, John Holt o Ivan Illich, ya iniciaron hace más de cincuenta años el espinoso debate de la desescolarización, produciendo una clara ruptura en el discurso pedagógico dominante, con lo que no creo procedente repetir sus argumentos, aunque sí que podrían reformularse en el contexto actual. En ese sentido creo que es necesario reactivar el discurso desescolarizador adaptándolo a nuestro momento histórico, caracterizado por la precariedad laboral generalizada; por la gran estratificación de clases y la exclusión de grandes sectores de la población del trabajo asalariado o infra-asalariado y, por tanto, del consumo; por amplios procesos de desindustrialización y deslocalización de industrias; por una alocada financiarización y terciarización de la economía; por la periferización de grandes territorios en el sur de Europa y por la proliferación desesperada de guerras de cuarta generación, guerras de rapiña, por hacerse con los últimos recursos energéticos y minerales del planeta. La pedagogía asociada a esta fase final del capitalismo en el sur de Europa va a rebufo de todo esto. Es ya más que evidente que la educación pública -es decir, estatalizada, insisto- no sirve para crear individuos “libres” o “autónomos”; en la Escuela (colegios e institutos) el alumnado absorbe, pasiva y activamente, mediante comportamientos inducidos y comportamientos dirigidos, la lógica productivista de acumulación y reproducción propia de un capitalismo en clara putrefacción. Es por eso que a pesar de que exista un currículo oficial diseñado por altas instancias transnacionales, ya no es necesario que el alumnado aprenda, o ni tan siquiera memorice, determinados contenidos. La supuesta adquisición de conocimientos es ya un mero simulacro; quiero decir que la Escuela puede permitirse el lujo de no aportar ningún conocimiento al alumnado siempre que a éste se le habitúe en ciertas rutinas de comportamiento, de ahí el surgimiento por toda Europa de las funestas Competencias Clave, promovidas hace décadas por