nº 1 -Boletín Oficial FEDDF 5 - BOLETIN FEDDF enero 2016 | Page 24

BOLETÍN FEDDF PELEAR CON LAS OLAS POR PORFIRIO HERNÁNDEZ Vicepresidente FEDDF Pelear con las olas era la señal definitiva de que el verano, cargado de libertad, había llegado. El odioso invierno, el colegio, los deberes, las notas, las cocas de los piadosos curas... se quedaban en la orilla mirando como me alejaba. Al fin el encuentro con la cuadrilla. Tras los primeros titubeos, después de tanto tiempo sin vernos, empezaba el turno de la actividad que nos ocupaba apasionadamente. El futbol, coger olas, el tenis, el frontón, las carreras, andar en bici, o hacer pesca submarina, eran ahora nuestras únicas ocupaciones. Pero a mí, perderme lejos, en el mar, buscando esas enormes olas era, con mucho, lo que más feliz me hacía. Sentir las miradas de admiración cuando salía tiritando, arrastrando mi cuerpo magullado y a menudo, mi colchoneta desinflada a base de golpes, me producía un placer único. No pensaban lo mismo mis padres, pero su enfado y sus riñas en nada cambiaban mi siguiente baño. Hoy, creo, que en el fondo ellos también sentían un cierto orgullo, aunque era su papel mostrase así y decir bien alto que no sabían qué hacer conmigo. Ya cerca de mis veinte años, ese mundo casi de sueño, esa especie de país de “Nunca Jamás”, se vio del todo revuelto. “¿Porqué no vamos un día a visitarlo? No es normal que no lo hayas hecho nunca” No supe que decir a las sencillas preguntas de mi amiga. No había ninguna razón especial. Simplemente no me lo había planteado. Pero dicho por ella, parecía que había cometido algún terrible pecado por omisión y no quedaba otra salida que remediarlo y cuanto antes mejor. No recuerdo bien si era finales de agosto o primeros de septiembre, pero sí que era en esos días que, como dolorosas puñaladas, aparecían las imágenes de la vuelta al otoño, de la vuelta a la horrible ciudad, al enclaustramiento.… Y con ese ánimo, un domingo por la tarde, sobre las siete de la tarde, bajamos aquellas tenebrosas escaleras. Muchas, muchas escaleras que acercaban un murmullo de fondo que se iba haciendo más inteligible. Risas, gritos de alegría, movimientos de sillas, cosas que se caían, sonidos metálicos, muchos, muchos sonidos metálicos. No puedo expresar la impresión que sentí al bajar la última escalera. Una sala cuadrada sin nada que impidiera ver todo de una sola mirada. Grupos de personas alrededor de mesas, jugando a cartas, parchís, damas y qué sé yo que otras cosas. Personas raras, volvieron sus miradas hacia nosotros, sonriendo y saludándonos con mil voces, muchas incomprensibles, babeantes, con gestos y movimientos extraños.… Sentí que me fallaban las piernas y que mis manos dejaban de sujetarme en las muletas. Me iba a caer, mi corazón se había parado y sólo quería marcharme, huir. Para mi asombro y total desconcierto, mi amiga correspondía a los saludos. Sonriente entrecruzaba manos y besos, charlaba como si participara en una fiesta donde era centro de atención. Yo no fui capaz de dar un paso, ni de atender al requerimiento de muchos de ellos. Una mujer, no sabría decir de qué edad, muy bajita y apoyada en dos muletas como yo, se me acercó arrastrando la pierna derecha. Se detuvo ante mí. “Hola, ¿cómo te llamas?” Apenas pude responder con un ahogado suspiro y sentí el sudor que me empapaba al estrechar, de forma breve y huidiza, la mano que me había tendido. Ya en la calle, el aire, aunque no muy fresco, permitía que me fuera recuperando. Pero una rabia me llenaba, sin saber porqué. No quería hablar. No podía. Sólo necesitaba dejar a mi amiga en su casa y no verla más. ¿Por qué me había hecho esto?; ¿Qué sentido tenía? Si piensa que iba a volver estaba 24