demagogos, populistas y
antipolíticos de la ley y el
orden.
La voz
que ordena
Martínez con el Pepe Mugica
vas de la sociedad y dotar-
las de un sentido político
que movilice voluntades. En
este campo, sus responsa-
bilidades no son mayores ni
menores que las opositoras,
sino diferentes.
El FA no parece tomar
nota de la dosis de frustra-
ción que acompaña el final
del ciclo progresista a esca-
la regional y su impacto lo-
cal. Esta frustración se ali-
menta en igual medida de
los grandes logros del pro-
gresismo y de errores
cruciales. Entre los prime-
ros, se destaca la expansión
de expectativas colectivas, la
transformación de la de -
manda de justicia en discur-
sos de Estado, la concreción
de antiguos y nuevos dere-
chos, las mejoras en la cul-
tura y la educación, una
mayor apropiación social de
lo que la democracia pue-
de significar.
El error crucial fue que
sus muchos de sus partidos
se concentraron en el divi-
dendo electoral de los años
de crecimiento, aplicaron a
las sociedades una «dieta
cero» de política y reduje-
ron la lucha política a la
política social.
Entre otras consecuen-
cias
de
semejante
reconfiguración de su hacer
político, los progresistas car-
gan sobre sí y adoptan
como propias las restriccio-
nes del sistema. Una vez
abandonado el trabajo po-
lítico de «explicar el siste-
ma», la despolitización pro-
gresista contribuye a la
eclosión de los conflictos
como malos humores y ma-
lestares innominados. De
esta manera, el progresis-
mo afronta una campaña
electoral en la que sus ba-
ses políticas y sociales están
dispersas, mientras que el
poder de sus adversarios
nunca dejó de fortalecerse.
El malestar despolitizado
cae en primer lugar sobre
los progresismos en tanto
gobernantes del sistema y
favorece el flujo de adhesio-
nes hacia quien hable del
malestar
con
mayor
radicalidad y urgencia: los
Un nudo de sentido co-
mún ata los discursos de
todos los partidos y es la
convocatoria a «poner or-
den». No importa si se ha-
bla de criminalidad y violen-
cias, reforma de la educa-
ción, «cultura de trabajo»,
relaciones interpersonales,
migraciones y desplaza-
mientos humanos o de res-
tablecer los privilegios
patriarcales que impugnan
las luchas feministas. Cual-
quier tema se aborda pri-
mero desde el par orden-
desorden, zurcido por un
hilo conceptual totalizador,
moralizante... y también
despolitizado.
Es claro que no todos los
agentes hablan de los mis-
mos temas ni propenden el
mismo orden ideal. Pero los
une el hecho de que nadie
se anima a cuestionar la
pertinencia de una urgente
necesidad de orden. No es
creíble que todos los agen-
tes de la política sostengan
semejante discurso con con-
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vicción verdadera. Más bien
parece que estos discursos
aportan una especie de con-
senso de sistema, una tre-
gua, para que los rivales
electorales puedan concen-
trar sus energías en aque-
llos asuntos en que creen
tener ventajas sobre los de-
más.
El problema es que, una
vez instalado como consen-
so del sistema, el discurso
de orden se convierte en un
bloque de sentido donde se
hará fuerte quien aporte
certeza de hacer lo necesa-
rio y de hacerlo sin reparar
en costos.
Tal vez el dato que más
evidencia esa tendencia es
que las encuestas anuncian
que la reforma constitucio-
nal «Para vivir sin miedo»
podría ser aprobada con
holgura y, al mismo tiempo,
su único y principal promo-
tor, un antiguo político del
Partido Nacional, no deja de
perder intención de votos.
Mientras tanto, el creci-
miento más evidente acom-
paña al agente más
radicalizado, con mayores
credenciales de ejercicio de
violencia y con discurso y
prácticas más radicalmente
antipolíticas.