MP 82 MALAS PALABRAS NRO 82 | Page 13

demagogos, populistas y antipolíticos de la ley y el orden. La voz que ordena Martínez con el Pepe Mugica vas de la sociedad y dotar- las de un sentido político que movilice voluntades. En este campo, sus responsa- bilidades no son mayores ni menores que las opositoras, sino diferentes. El FA no parece tomar nota de la dosis de frustra- ción que acompaña el final del ciclo progresista a esca- la regional y su impacto lo- cal. Esta frustración se ali- menta en igual medida de los grandes logros del pro- gresismo y de errores cruciales. Entre los prime- ros, se destaca la expansión de expectativas colectivas, la transformación de la de - manda de justicia en discur- sos de Estado, la concreción de antiguos y nuevos dere- chos, las mejoras en la cul- tura y la educación, una mayor apropiación social de lo que la democracia pue- de significar. El error crucial fue que sus muchos de sus partidos se concentraron en el divi- dendo electoral de los años de crecimiento, aplicaron a las sociedades una «dieta cero» de política y reduje- ron la lucha política a la política social. Entre otras consecuen- cias de semejante reconfiguración de su hacer político, los progresistas car- gan sobre sí y adoptan como propias las restriccio- nes del sistema. Una vez abandonado el trabajo po- lítico de «explicar el siste- ma», la despolitización pro- gresista contribuye a la eclosión de los conflictos como malos humores y ma- lestares innominados. De esta manera, el progresis- mo afronta una campaña electoral en la que sus ba- ses políticas y sociales están dispersas, mientras que el poder de sus adversarios nunca dejó de fortalecerse. El malestar despolitizado cae en primer lugar sobre los progresismos en tanto gobernantes del sistema y favorece el flujo de adhesio- nes hacia quien hable del malestar con mayor radicalidad y urgencia: los Un nudo de sentido co- mún ata los discursos de todos los partidos y es la convocatoria a «poner or- den». No importa si se ha- bla de criminalidad y violen- cias, reforma de la educa- ción, «cultura de trabajo», relaciones interpersonales, migraciones y desplaza- mientos humanos o de res- tablecer los privilegios patriarcales que impugnan las luchas feministas. Cual- quier tema se aborda pri- mero desde el par orden- desorden, zurcido por un hilo conceptual totalizador, moralizante... y también despolitizado. Es claro que no todos los agentes hablan de los mis- mos temas ni propenden el mismo orden ideal. Pero los une el hecho de que nadie se anima a cuestionar la pertinencia de una urgente necesidad de orden. No es creíble que todos los agen- tes de la política sostengan semejante discurso con con- 13 vicción verdadera. Más bien parece que estos discursos aportan una especie de con- senso de sistema, una tre- gua, para que los rivales electorales puedan concen- trar sus energías en aque- llos asuntos en que creen tener ventajas sobre los de- más. El problema es que, una vez instalado como consen- so del sistema, el discurso de orden se convierte en un bloque de sentido donde se hará fuerte quien aporte certeza de hacer lo necesa- rio y de hacerlo sin reparar en costos. Tal vez el dato que más evidencia esa tendencia es que las encuestas anuncian que la reforma constitucio- nal «Para vivir sin miedo» podría ser aprobada con holgura y, al mismo tiempo, su único y principal promo- tor, un antiguo político del Partido Nacional, no deja de perder intención de votos. Mientras tanto, el creci- miento más evidente acom- paña al agente más radicalizado, con mayores credenciales de ejercicio de violencia y con discurso y prácticas más radicalmente antipolíticas.