Moebiana 61 - Escuela Freud-Lacan de La Plata MOEBIANA 61 | Page 34

Cartel de Clínicas

La celosía, el celo, y algunos delirios

por Silvana Tagliaferro
Un intercambio de miradas, un SMS extraño, una alusión, una ausencia, un viaje inesperado, una llegada tarde: la celosía ha entrado en su vida.
Ella se inmiscuye, se hace presente en tus ideas, tu cuerpo, tu casa, ella te hablita y no hay más respiro. Ya no hay quietud, la duda, la intriga anuncian su posible pérdida, su partida inminente, su pronta salida. Una tercera, la celosía, asomó entre ustedes, invisible, inaudible pero presente en las mentiras, en las ausencias, en los pliegues de las escenas.
Como señala Anne Dufourmantelle, en su libro En caso de amor, los filósofos guardan por esta pasión, la celosía, una secreta ternura porque ella plantea esa creencia inherente a la condición humana de remitir al desamparo, a un cierto abandono, incluso a la traición que pone en juego la no posesión del otro.
Al decir de Freud, no habría ser hablante no tomado por esta pasión. Podrán ubicarse como celos normales o patológicos; concurrentes, proyectados o delirantes, pero abarcando un gran rango no habría quién quede fuera, incluso quien los niega, en la negación estaría ubicando la escena de la que no se quiere saber.
Compuesta de tristeza y dolor por el objeto erótico que se cree perdido, o por sentimientos hostiles por la ofensa narcisista vivida en la celosía, los celos aún calificados de normales no terminan de comprenderse y esto porque hunden sus raíces en tiempos tempranos, remitiendo a la trama Edípica o al complejo fraterno.
Lacan recurre a la experiencia de San Agustín, en sus Confesiones, para dar cuenta de la operatoria de la frustración como inscripción de la falta, en el momento del despertar de la pasión celosa. El niño queda presa de la pasión celosa. El sentimiento de celos asoma ante su hermano que es el que hace surgir para él, en imagen, la posesión de un objeto elidido, quitado, extirpado: el pecho, hasta aquí oculto para él. Porque no era en su ritmo metonímico donde sentía su dependencia sino a partir de palidecer, la palidez de su rostro, que ilumina algo nuevo con esa pérdida, que es el deseo del objeto irremediablemente perdido que empieza a resonar en su fundamento mismo de sujeto, ubicándose en tanto faltante como causa.
Allí en la palidez es en donde asoma el deseo y esto a través del partenaire. Es un daño dirá Lacan pero que da nacimiento al deseo. El deseo nace de esa imagen desgarrada, esa hiancia que dio lugar a desear. Ese hermano, el más próximo y a la vez el que frustró retirando el objeto, el prójimo, el que afecta produciendo un efecto real.
A veces, construir un objeto de fascinación y odioso es un recurso para quien no sabe dónde está pag. 34