Moebiana 61 - Escuela Freud-Lacan de La Plata MOEBIANA 61 | Page 32

Cartel de Clínicas
Y continuó así. ¿ Cuánto tiempo? No lo sé. Ella sabía que era un tiempo indefinido, mientras no eliminara toda la hiel de su gordo cuerpo. Yo ya empezaba a adivinar que me había elegido para hacerme sufrir; a veces adivino. Pero, aun adivinando, a veces acepto: como si el que quiere hacerme sufrir necesitara desesperadamente que yo sufra.
¿ Cuánto tiempo? Yo iba todos los días a su casa, sin faltar uno solo. A veces me decía: tuve el libro ayer a la tarde, pero viniste a la mañana, de modo que se lo presté a otra niña. Y yo, que no era propensa a las ojeras, las sentía hundirse bajo mis ojos espantados.
Hasta que un día, cuando estaba en la puerta de su casa oyendo, humilde y silenciosa, su negativa, apareció su madre. Debía resultarle extraña la aparición muda y cotidiana de aquella niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortada, de palabras poco esclarecedoras. A la señora le parecía cada vez más extraño el hecho de no entender qué pasaba. Hasta que esa buena madre entendió. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó:“¡ pero si ese libro nunca salió de esta casa y tú ni siquiera quisiste leerlo!”.
Y lo peor para esa mujer no era descubrir lo que ocurría. Debía ser descubrir, con horror, qué clase de hija tenía. Ella nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida y la niña rubia parada en la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces que, recomponiéndose por fin, le dijo firme y calma a su hija:“ vas a prestarle el libro ahora mismo”. Y a mí:“ y tú vas a quedártelo todo el tiempo que quieras”. ¿ Se dan cuenta? Eso valía mucho más que darme el libro:“ por el tiempo que yo quisiera” es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.
¿ Cómo contar lo que ocurrió después? Yo estaba aturdida, y así recibí el libro en mis manos. Creo que no dije nada. Tomé el libro. No, no salí saltando como siempre. Salí caminando bien despacio. Sé que sostenía el libro gordo con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Cuánto tiempo tardé en llegar a casa, poco importa. Mi pecho estaba caliente, mi corazón pensativo.
Cuando llegué a casa no me puse a leer. Fingía que no tenía el libro, sólo para después tener el sobresalto de tenerlo. Horas después lo abrí, leí algunas frases maravillosas, lo cerré de nuevo, me puse a dar vueltas por la casa, demoré todavía más yendo a comer pan con manteca, fingía que no sabía dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría durante unos segundos. Creaba las más falsas dificultades para aquella cosa clandestina que era la felicidad. La felicidad siempre iba a ser clandestina para mí. Parece que ya lo presentía. ¡ Cuánto tardé! Vivía en el aire … Había orgullo y pudor en mí. Yo era una reina delicada.
A veces me sentaba en la hamaca, meciéndome con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. pag. 32