Moebiana 61 - Escuela Freud-Lacan de La Plata MOEBIANA 61 | Page 31

Cartel de Clínicas Los celos y sus versiones por Flavia Martín Frías Quizás por estar tomada tanto por el mundo Era un libro gordo, era un libro para vivir de los niños como por la literatura no pude elegir con él, para comerlo, para dormir con él. Y to- otro texto más que el que comparto hoy, a pesar talmente por encima de mis posibilidades. Me de haber investigado mucho y barajado innume- dijo que si pasaba por su casa al día siguien- rables posibilidades. te, me lo prestaría. Un fragmento del cuento Felicidad clandestina de Clarice Lispetor. Hasta el día siguiente, de la alegría, me trans- formé en la esperanza misma: no vivía, nadaba “Ella era gorda, baja, pecosa y de cabellos ex- cesivamente crespos, casi amarillentos. Tenía un lentamente en un mar suave, las olas me lleva- ban y me traían. busto  enorme, mientras que todas nosotras toda- vía éramos chatas. Por si eso fuera poco, llenaba Al día siguiente fui a su casa, literalmente co- los  dos bolsillos de la blusa, por encima del bus- rriendo. Ella no vivía en una casa de altos como to, con caramelos. Pero tenía lo que a cualquier yo, sino en una casa. No me invitó a pasar. Mi- niña devoradora de historias le gustaría tener: un rándome a los ojos, me dijo que le había presta- padre dueño de una librería. do el libro a otra niña y que regresara a buscar- lo al día siguiente. Boquiabierta, salí despacio, Pero qué talento tenía para la crueldad. Toda pero enseguida tuve un arrebato de esperanza. ella era pura venganza, chupando ruidosamente los caramelos. Cómo nos debía odiar esa niña, Me guiaba la promesa del libro, el día si- nosotras que éramos imperdonablemente lin- guiente llegaría. Los días siguientes serían lue- das, espigadas, altas, de cabellos libres. Conmigo go mi vida entera, el amor por el mundo me ejerció su sadismo con serena ferocidad. En mis esperaba. ansias de leer, no me daba cuenta de las humilla- ciones a las que me sometía: seguía implorándole prestados los libros que ella no leía. Pero el asunto no terminó allí. El plan secreto de la hija del librero era tranquilo y diabólico. Al día siguiente, allá estaba yo en la puerta de Hasta que le llegó el magno día de empezar a su casa, con una sonrisa y el corazón latiendo ejercer sobre mí una tortura china. Como al pa- fuerte. Para escuchar la tranquila respuesta: sar, me informó que tenía Las Travesuras de Na- que el libro todavía no estaba en su poder, que ricita, de Monteiro Lobato. volviera al día siguiente. pag. 31