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y el desigual trato hacia las mujeres, son algunas de las problemáticas que la novela aborda a partir de una voz infantil que, a medida que aprende más sobre el mundo adulto, se hace menos ingenua y más aguda frente a sus incoherencias.
Como lector de Molano, he aprendido la inquietud de saberse habitante de un país donde reiteradamente se ha actuado a favor de los privilegios de unos cuantos y en detrimento de las necesidades de la mayoría. “Las cosas son como son, y punto: yo lo sé. Pero a mi siempre me ha parecido que podrían ser mejores” (p. 88) dice Fernando, como una resistencia a dejarse satisfacer por los hechos planos y contundentes, sin dejar de reconocerlos como válidos, pero también sin dejar de imaginar mundos posibles donde podamos comportarnos de manera diferente los unos con los otros. Y para lograr esto, Molano sugiere que hay algo en la voz del niño que debe prevalecer en la adultez: quizás la imaginación, la creatividad, pero también el ojo agudo para aprender a inquietarse, a curiosear, a preguntarse qué hay de peligroso detrás del silencio, qué hay del otro lado que no nos han contado todavía: “Bueno, me digo, pero recordándome a mí que ser niño significa un poco jugar a las escondidas con aquellas cosas que los tabúes ocultan, invadir a hurtadillas aquella región resguardada de los niños con puertas vigiladas por inmensos fantasmas de susto; intentar robar los secretos que ocultan, o aprender a leerlos entre líneas en las cosas que dicen los que han visitado ese lugar oscuro del vecindario” (p. 71).
Estamos quizás demasiado acostumbrados a abreviar vidas enteras, literaturas enteras, bajo supuestos de uso común que muchas veces se presentan como fórmulas que dictaminan qué nos puede llegar a interesar y qué no, a quién concierne qué tipo de temas y a quién no. De
manera que denominar “gay” a una literatura o a una historia de amor es una forma más de anticiparse a ella, mercadearla o agruparla en una serie de demandas, prejuicios y expectativas que tenemos como lectores. Esto no significa que debamos rechazar estos términos y mermar la lucha por su reivindicación, sino que se trata más bien de un llamado a mantener una distancia crítica frente a ellos, a no convencernos tan fácil de que somos tan distintos, tan específicamente diversos. Como bien el autor lo confirma, la literatura de Molano no milita a favor de los derechos gay y definitivamente no intenta persuadir al lector sobre las bondades de ser homosexual. Se trata más bien de mostrar que lo “gay” no es un fin en sí mismo, sino una excusa más para formularnos preguntas primordiales sobre el amor y el comportamiento, sobre un mundo más justo y las vidas humanas que habitarían con más facilidad en él. Solo entonces Molano no tendría que esperar tres siglos para que su novela fuera leída en otra clave y bajo otros términos, y tampoco nosotros tendríamos que esperar más tiempo para ser sus lectores.
Referencias
Molano, F. (2012). Vista desde una acera. Bogotá, Colombia: Editorial Planeta Colombiana.
Sexto
Junio de 2017
Caminos Actuales