MITO Mayo. 2018 | Page 10

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voluntad parecía estar en otro lado. Quizás en el deseo por un mundo sin discriminación –que en su etimología es diferenciar, separar–, donde el amor entre dos hombres no fuese interpretado como el caso raro, la excepción que debemos tolerar, sino como una manifestación más del amor y todos sus obstáculos y alegrías. Pero hay una voz crítica que dejamos de lado cuando nos contentamos con esta primera explicación. Quizás Molano está intentando ampliar o incluso oponerse al marco facilista bajo el que usualmente entendemos su obra como parte de una tradición “gay” y, por ende, “diversa” de la literatura colombiana, prescribiendo con antelación a qué tipo de público está dirigida su literatura o qué temáticas predominan en ella.

En Vista desde una acera, la novela más extensa y explícitamente crítica del autor, la voz de Fernando recupera su propia vida y la de su novio Adrián, quien ha sido diagnosticado con sida. Al verse constantemente agredido por la marca de “maricas” y de “maricas con SIDA” que sus familias, compañeros de universidad, médicos y demás actores de la vida social imprimen sobre ellos para menospreciarlos y deshumanizarlos, Fernando se pregunta: “¿Dónde están las malditas instrucciones para portarse uno bien cuando la vida se enreda?” (p. 20). Se trata de una pregunta retórica, pero también de una pregunta que hace recurso a la ética, entendida como la reflexión crítica sobre el comportamiento. Es decir, Fernando se está preguntando: ¿cómo debo comportarme en una situación así?, ¿qué espera de mí alguien en un momento de intenso dolor y vulnerabilidad, alguien que amo?

La pregunta sobre cómo nos comportamos frente al otro surge cuando ya hemos reconocido que, en efecto, existe un otro merecedor de respeto y dignidad. Si simplemente reduzco al otro a una categoría como “gay” y encuentro en ello algo despreciable, entonces hay algo que me enceguece y no me permite vislumbrar a alguien

más allá de su deseo, igualmente merecedor de bienestar y preservación. Sin embargo, nos llenamos de nombres para nombrarnos: nombres que algunos defienden y otros combaten, y olvidamos con frecuencia que esas palabras se nos imponen desde afuera y tienen la fuerza suficiente para imprimir una huella imborrable en nosotros, logrando así determinar –al menos en parte– quién seremos y cómo surgiremos frente a los demás a lo largo de nuestra vida.

Más allá o más acá de lo “gay”, en las novelas de Molano se abordan los espacios más inaugurales de la vida a través de un tono engañosamente sencillo y poco pretencioso: la infancia, la escuela, la familia, la universidad, la calle y la cancha de futbol. Es en estos lugares donde lo que dice el profesor de religión, el médico, los padres o los políticos nos habla también sobre el papel que cumplen los demás en la formación de nuestra identidad y nuestro comportamiento. Si bien el motor de la narración tanto en Vista desde una acera como en Un beso de dick es el amor entre dos hombres, en la literatura de Molano el relato de una clase en el colegio, una cena en casa con los padres, una conversación entre dos amigos siempre tienen algo que decirnos sobre las maneras en que nos relacionamos más allá de nuestro deseo sexual, los supuestos que nos condicionan para hacerlo y las duras condiciones que hacen a unas vidas menos merecedoras de amor y respeto que otras. Fernando, el personaje de Vista desde una acera, se encuentra en ese cruce en el que la sexualidad se mezcla con la pobreza y la enfermedad para hacer posible una denuncia de las desigualdades que enfrentan grandes sectores de la población colombiana. La privatización de las universidades, la polarización política (Fernando viaja a conocer las FARC desde adentro), el maltrato infantil, la burocracia de la salud, la violencia intrafamiliar y el desigual trato hacia las mujeres,