da lugar al desorden y la anarquía. Por ello, el equilibrio perfecto
se encuentra cuando se comprende que en todo sistema organiza-
do es necesaria la existencia de unas normas de obligado cumpli-
miento para todos, pero que al mismo tiempo contemple los justos
derechos de cada individuo. Por ello una sociedad que rechaza la
religión está destinada a ser una sociedad materialista y sin rum-
bo.
Esta asociación entre Dios y el mando también ha sido utilizada
con frivolidad por las monarquías, porque con frecuencia, se tra-
taba de convencer a los ciudadanos de que la necesidad de un go-
bierno legitimaba los crímenes arbitrarios de los gobernantes. Sin
embargo, es importante diferenciar entre la lógica necesidad que
todo sistema tiene de la existencia de un mando, con el hecho de
que ese mando sea correctamente dirigido, es decir que el hecho
de reconocer como divina, por así decirlo, la necesaria existencia
de gobernantes, no significa que por ello no se pueda poner en
duda la forma en que se realice esa tarea de gobierno. Por este
motivo, en la antigüedad, era frecuente que los monarcas tratasen
de atribuirse cualidades divinas, para asumir el papel tanto de lí-
deres políticos como religiosos. De esta manera trataban de enga-
ñar a los ciudadanos para que confundieran entre la lógica he in-
cuestionable necesidad de un gobierno, con la forma en la que
ellos administraban ese gobierno.
La humanidad debe encontrar el equilibrio adecuado entre el de-
recho del poder y el derecho del individuo, sin que prevalezca
más el uno que el otro. Un gobierno igual que una religión debe
procurar el bien del individuo y el hecho de que haya quienes se
sirven del poder para cometer actos de tiranía no es motivo para
poner en duda la necesidad de un gobierno o de una religión. Del
mismo modo el hecho de que sea necesaria la existencia de leyes
universales no tiene por qué poner en duda el derecho al libre al-
bedrio de cada individuo, por ello el necesario equilibrio en el
universo debe ser la consecuencia del acuerdo armónico entre
ambas fuerzas. Debemos considerar entonces como divino a todo
aquello que es verdadero fuera de toda duda razonable, como por
ejemplo la necesidad de un gobierno en todo sistema organizado,
pero sin que esto implique dar por buenos los métodos que pue-
dan utilizarse en cada uno de ellos. La conclusión es que el hecho
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