de las que pensamos, por ello hay que alegrarse del éxito pero sin
perder por ello la humildad que nos hace juiciosos.
LA PLAGA HUMANA
Con demasiada frecuencia oímos noticias sobre cómo se podrían
cultivar más tierras para poder alimentar a más y más millones de
personas, pero alguien se ha parado un momento a pensar que uno
de los principales problemas que tiene este planeta es la excesiva
expansión de la población humana. A lo largo de la historia los
excesos de población (es decir cuando la población supera los re-
cursos alimenticios para sostenerla) eran resueltos por la naturale-
za en forma de una epidemias ocasionadas por la virulencia de las
enfermedades aplicadas a una población debilitada por el hambre
y cuando esto ocurría los ciudadanos se apresuraban a acusar a
Dios de sus desdichas, ¿Pero cuántas personas reconocían el ori-
gen de tal epidemia en su falta de autocontrol en los métodos de
reproducción humana? Hoy en día es muy común oír decir que si
se talan determinados bosques o si se cambian los métodos eco-
nómicos o de cultivo se podrán mantener a más personas pero ¿Y
quién se acuerda de los derechos de los animales y vegetales, es
que ellos no tienen derecho a la vida? Todos los días desaparecen
especies por la continua expansión humana, pero pocos se acuer-
dan de su derecho a tener un territorio reconocido, es cierto que la
vida de una persona vale más que la de un animal, pero también
es cierto que la supervivencia de una especie vale más que una
vida humana. Tampoco es serio pedir que los países desarrollados
mantengan a los subdesarrollados, pues lo correcto es que toda
población sea capaz de autoabastecerse sin tener que depender de
nadie. Para ello es inevitable que el mundo más tarde o más tem-
prano tome la decisión de aplicar políticas de control de natalidad
que determinen un número de habitantes fijo para cada país y ca-
da continente en función de los recursos que sean capaces de pro-
ducir por sí mismos.
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