riar de aspecto con el tiempo como consecuencia de su proceso de
evolución. Es importante saber distinguir entre una forma y un
objeto vivo, porque todo objeto tiene vida, pero esa vida está pre-
sente únicamente en la materia que lo compone, pero no en la
forma en la que se muestra. Por ello, solo se puede hablar pro-
piamente de un objeto o forma viva, cuando tiene un espíritu dife-
renciado que lo coordina. Esto es lo que ocurre por ejemplo en los
seres vivos y el hombre. Para poner un ejemplo más claro, una
piedra, una máquina o un robot son formas, pero carecen de vida
propia, sin embargo sí tiene vida la materia de los átomos o molé-
culas que los componen, pero no como algo diferenciado, sino
como parte de un ser mayor que es el planeta Tierra o el universo,
es decir que estas formas no representan un ser individual, sino
tan solo la extremidad de un ser. En cambio el cuerpo humano es
una forma que sí tiene vida propia, porque aunque comparte las
mismas condiciones de las formas anteriores en lo que se refiere a
la composición de su cuerpo, sin embargo tiene un espíritu propio
y diferenciado, que confiere a esa forma el calificativo de ser vi-
vo.
Entonces alguien se podría preguntar. ¿Si los planetas y las estre-
llas tienen vida propia, donde se encuentra su voluntad y como se
demuestra su libre albedrío? La respuesta es que aquello que con-
sideramos lógico en el comportamiento de un planeta, en realidad
puede ser la expresión de su propia voluntad. ¿Entonces, según
ese supuesto, si un planeta tiene voluntad, podría hacer como un
ser humano y un día dirigirse en una dirección y al día siguiente a
la inversa? La respuesta es no, porque las leyes que rigen el uni-
verso están formadas por una parte rígida y otra elástica. Esto es
así porque de lo contrario sería imposible construir un universo
constante que no se contradijese a cada momento. Por lo tanto, en
el universo una parte de lo que hacemos depende de nuestro pro-
pia voluntad, pero otra parte depende de las leyes naturales que
son constantes he iguales para todos. De la misma forma los pla-
netas y las estrellas están sujetos a las mismas condiciones, por
ello una parte de su comportamiento es fijo y constante y otra va-
riable. Quizás una prueba de esa capacidad para cambiar, sea el
hecho de que cada nebulosa sea distinta a las demás, es posible
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